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El Telégrafo
Rodolfo Bueno

Gambito Turco

26 de julio de 2016

Erdogan resulta ser un misterio para el que quiera comprender lo que pasa en Turquía. Sin duda, se trata de un político muy hábil, que trae de cabeza a sus aliados. Dice combatir el terrorismo y al mismo tiempo apoya descaradamente al Estado Islámico, EI; complicó el problema de los kurdos turcos, aparentemente en vías de solución, cuando les declaró la guerra abierta y comenzó a exterminarlos sin distinción; encarcela al que chista contra sus abusos diarios; roba que es un contento y lo hace en complicidad con el EI, que se financia con este tipo de delitos; ha sumado poderes como nadie en la historia de la Turquía republicana; controla a voluntad los tribunales de justicia, internet, Twitter, YouTube y la prensa de cualquier tipo, que ha perdido toda libertad; a donde quiera que va lo acompañan sus matones, que golpean a mansalva a quien se les ocurre, como hicieron en Quito; ha eliminado a los militares que se oponían a su política de islamizar radicalmente la sociedad turca (no se debe olvidar que en Turquía el Ejército es constitucionalmente el garante de la preservación del Estado Laico); derriba como si nada un avión ruso, que regresaba de cumplir una misión de combate contra los terroristas del EI y a los siete meses pide perdón a Putin por el crimen cometido.

Por lo visto, sus delitos son múltiples y abundantes. Pero si Erdogan es malo, parecería que el sector golpista de las Fuerzas Armadas de Turquía es peor. Por lo menos, eso es lo que se deduce del arrojo del pueblo turco, que se volcó a las calles para defender a Erdogan, luego de escuchar su llamado. Lo hizo posiblemente porque los turcos pobres han recibido del gobierno todo tipo de ayuda para paliar sus males o porque, junto con un sector mayoritario de las Fuerzas Armadas de Turquía, están de acuerdo con la línea política del mandatario y apoyan al islamismo radical. Eso pronto se comprobará si el EI resultare beneficiado del fracaso de esta asonada militar. Por eso, es muy temprano para congratularse por el triunfo de la “democracia” en Turquía, como lo han hecho casi todos los gobernantes de Occidente.

Por ahora, el que sí ha salido fortificado es justamente él, que no deja títere con cabeza y blande machete a diestra y siniestra. Incluso ha acusado a EE.UU., y a otros países, de estar detrás del golpe. Dice que no les quitará la importante base aérea de Incirlik, pero la sola mención de esta posibilidad es ya de por sí una dura advertencia, es como si les dijera: “Vean lo que les puede pasar si me siguen jorobando”. Y no es que a uno le guste Erdogan sino que lo de Turquía es un problema interno y no de los intervencionistas, acostumbrados a dar golpes de Estado por doquier.

Estas acciones han creado al organismo terrorista, mal llamado musulmán. Para derrotar a esta peste maligna, deben coordinar sus acciones todos los gobiernos del mundo; caso contrario, está condenado al fracaso cualquier combate al terrorismo con métodos convencionales. Sin embargo, no hay que achacar a la religión islámica de terrorista. Ninguna religión propugna la violencia entre sus acólitos. Acusar únicamente al Islam de los atroces crímenes que comete el EI es fortificar al terror entre los despistados que lo apoyan. El Estado Islámico es, hoy por hoy y sin ninguna duda, el mayor enemigo del mundo, pero sin un pelo de tontos. (O)

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