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El Telégrafo

Gadafi y la London School of Economics

07 de septiembre de 2011

La London School of Economics recibió una donación de 1,5 millones de libras esterlinas (2,4 millones de dólares) de la fundación de uno de los hijos de  Muamar al Gadafi. Esto provocó un escándalo en el Reino Unido y la dimisión de su ex director, Howard Davies, a inicios de este año. Buena parte de ese dinero se gastó en investigación para el “desarrollo de la democracia y la sociedad civil en el Norte de África”.

Durante los setenta y ochenta del siglo pasado Gadafi fue estigmatizado por Occidente, pero su Libro Verde -lectura obligada de una generación entera- pocos jóvenes lo conocen en la actualidad. Esa imagen fue lavada con donaciones, inversiones y otras empatías del poder con el poder. Desde hace años Gadafi mantenía acercamientos con EE.UU., Italia y España. En 2009, el rey Juan Carlos hizo una visita oficial y abogó por los intereses de Repsol; el líder libio le tranquilizó, asegurándole que no debía temer su nacionalización. En la rica e industriosa Milán, ciudad natal del presidente Silvio Berlusconi, los empresarios se ufanaban de  que Gadafi, el ahora “sátrapa” y “dictador”, tenía importantes acciones en varias de sus empresas emblemáticas.

Libia es uno de los diez principales exportadores de petróleo del mundo y miembro de la OPEP, al igual que Qatar, Irán y Ecuador. En 2010 alcanzó el Índice de Desarrollo Humano (la síntesis de la esperanza de vida al nacer, la educación y el PIB por habitante) más alto del África.

Según los países occidentales, a finales del siglo pasado, Gadafi pasó de colaborador del terrorismo árabe a aliado en el norte de África. Libia incluso llegó a actuar como “tapón” para las migraciones del África negra al sur de Europa, en especial hacia Italia. Los estados del Norte rico, receptores de migrantes, han expandido sus fronteras más allá de sus territorios nacionales: promueven convenios con sus estados vecinos para que estos constituyan el primer obstáculo para el paso de los migrantes.

Cada proceso tiene su contexto, pero que una persona ostente el poder durante 42 años y se autoproclame, como Gadafi, Rey de Reyes, es cuestionable. Así mismo que un órgano antidemocrático por su esencia, como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -integrado por Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, China y la Federación Rusa-, decida el destino de cualquier país, como lo está haciendo con Libia, lo destruya o rearme a su conveniencia, es por completo inaceptable.

Los países del Sur no pueden estar al vaivén de los intereses de las grandes potencias. Lo que ahora le ocurre a Gadafi ya ocurrió con Saddam Hussein, Manuel Noriega y Hosni Mubarak. Es, una vez más, evidente e imperiosa la necesidad de cambiar la estructura de gobierno de la comunidad internacional.

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