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El Telégrafo

Gabriela: barro y poesía - II parte

20 de julio de 2011

La literatura que caracterizó a Gabriela Mistral tuvo dos enfoques marcados: la que estuvo dirigida a los infantes a través de las rondas, llena de ternura y transparencia melódica y rítmica. En tanto que la otra, ligada con la vivencia individual, en donde se plasma el dolor, la angustia y el desenfado por los sentimientos terrenales. Al respecto, Aída Moreno Lagos afirma: “La obra poética de Gabriela Mistral puede dividirse en dos partes: la que esta escritora ha llorado sus íntimos pesares o ha puesto alas a sus impresiones de la vida y la naturaleza, y la otra, la que ha dedicado a interpretar el alma de la niñez penetrándola con toda su intuición de educadora inteligente para traducir sus balbuceos o sus anhelos prístinos”.

La propia Moreno sentencia que “la modalidad literaria es tan de ella que sus composiciones, aun sin firma, pueden reconocerse. Y de la aparente desarmonía o desgarbo de sus versos, fluye un conjunto armónico tan íntimo y tan puro que el espíritu al percibirlo parece arrodillarse porque en él presiente el advenimiento de la belleza y de la verdad”.

Mistral vio la luz en Chile, como Pablo Neruda -el comunista de los veinte poemas de amor- , Salvador Allende, los integrantes de lnti Illimani, Víctor Jara, Nicanor y Violeta Parra. Fue cónsul de su país en Génova, Madrid, Lisboa, Nueva York, Los Ángeles y Brasil. Por eso se deduce su obsesión errante, otro de los pilares para la creación literaria. Esas andanzas en medio de la desolación y el desaliento. Pero, desde luego, también entre la esperanza y la utopía por una sociedad distinta.

“Hablaba pausadamente, sonriendo, y cuando le aparecía el gesto duro de la araucana que llevaba dentro, sus ojos lucían un brillo sorprendente, como si una luz interior brotase de ellos, para desbaratar sombras e iluminar caminos.

La fuerza interior le venía de lo indio y lo vasco que había en ella, y que proclamaba jactanciosamente”,  ilustra José Pereira.

Pero la mismísima Mistral se autodefine así: “Soy cristiana de democracia total. Creo que el cristianismo, con profundo sentido social, puede salvar a los pueblos. He escrito como quien habla en la soledad, porque he vivido muy sola en todas partes. Mis maestros en el arte y para regir la vida: la Biblia, el Dante, Tagore y los rusos. Mi patria es esta grande que habla la lengua de Santa Teresa, de Góngora y de Azorín. El pesimismo es en mí una actitud de descontento creador, activo y ardiente, no pasivo. Admiro, sin seguirlo, el budismo; por algún tiempo cogió mi espíritu. Mi pequeña obra literaria es un poco chilena por la sobriedad y la rudeza. Nunca ha sido un fin en mi vida; lo que he hecho es enseñar y vivir entre mis niñas. Vengo de campesinos y soy uno de ellos. Mis grandes amores son mi fe, la tierra y la poesía”.

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