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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Fútbol y nacionalismo

07 de julio de 2018

Decía Benedict Anderson que hay pocas ideas por las cuales uno está dispuesto a morir o matar, esa es la idea de la nación.

Parafraseando, diría que hay deportes por los cuales la nación está dispuesta a todo, ese el fútbol. La selección de fútbol constituye uno de los elementos privilegiados en los cuales se materializa la idea de la nación, porque se viste con los colores de su bandera. En nuestro caso, la Tricolor es una expresión fehaciente de la existencia de una comunidad imaginada nacional.

En la competencia por la copa mundial de fútbol que se juega en estos días, las ceremonias implican el canto efusivo de himnos por parte de los jugadores y de la hinchada que los acompaña, el despliegue de los colores patrios y la idea de “defender a muerte” la camiseta nacional.

El fútbol constituye la forma deportiva por excelencia en la cual se construyen y reposicionan contemporáneamente las identidades nacionales. Si el “juego” de la guerra abierta es la forma como se defiende el territorio patrio, sus recursos e identidades, el fútbol constituye la forma pacífica en la que se expresa la disputa por la identidad en la cancha de juego.

Las narrativas en torno al fútbol se expresan en los relatos efusivos de los periodistas que cuentan las historias épicas de los jugadores, quienes se transforman en los héroes contemporáneos que defienden los colores patrios. Estas historias se acumulan para ser parte de un gran relato sobre el desempeño deportivo de la nación.

Sin embargo, como frecuentemente ocurre en la construcción de los estados nacionales, en el fútbol también se muestran las complejidades de género y raciales de una problemática dinámica de inclusión y exclusión: el fútbol es aún esencialmente masculino y, en nuestro caso, representado mayoritariamente por jugadores afroecuatorianos.

Son bastante conocidas las expresiones racistas de la hinchada cuando los jugadores no tienen un buen desempeño. Y, por otra parte, son los varones quienes, al igual que en la guerra, representan a la nación; mientras las mujeres aparecen apenas en los escenarios de juego capturadas por las cámaras que buscan su belleza.

De acuerdo a Eric Hobsbawm, “la comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyo nombre conocemos”. El campeonato mundial que se juega ahora constituye una espléndida oportunidad de renovación de los imaginarios de la nación. (O)

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