En los últimos tiempos hemos observado a través de los medios de comunicación social y las redes sociales cómo agentes del orden y en general policías de Sudamérica, de manera pública, son agredidos físicamente y su reacción es casi nula para evitar que los golpes que reciben les causen lesiones contra su integridad física. ¿Acaso la inacción en aras de su propia defensa es para demostrar el respeto a los derechos humanos de los demás o es más probable que sea el resultado de la falta de capacitación y entrenamiento adecuados?
Pero no, estimados lectores, no es una casualidad. En los países en donde se suscitan estos eventos sus gobernantes se dedicaron a la ingrata tarea de debilitar la doctrina de la Seguridad Nacional basada en principios, valores e ideas que orientaban la conducta de los integrantes de las entidades del orden para actuar con firmeza ante cualquier amenaza interna o externa a fin de mantener el orden y la paz social. Fueron aquellos oscuros personajes quienes intervinieron en la alteración y el deterioro de la doctrina policial. No hemos olvidado los allanamientos que hicieron a los archivos policiales para llevarse sus largos historiales.
La intromisión pudo haber llegado al punto de lograr la subordinación del alto mando uniformado para tratar de someterlo a sus protervos intereses ideológicos, modificando y revisando la esencia doctrinaria e influyendo en la formación policial, quizá con miras a debilitar a las instituciones uniformadas del Estado que gozan del monopolio del uso legítimo de la fuerza.
Fuerzas Armadas y Policía son legítimas, a ellas se les delega y permite el ejercicio de control sobre quienes pretenden infringir la ley, con el sustento y respaldo de la autoridad judicial, claro. Sin embargo les hicieron creer que nada tienen que ver ni con el control migratorio. ¡Cuidado! La presencia de indeseables terroristas es una advertencia.
¿Quién les vendió la idea a estas organizaciones ideologizadas, que quisieron transmitir en estas instituciones de control que el respeto a la vida de los demás está antes que la suya propia? ¿Acaso el principio universal de la legítima defensa no rige para el ciudadano uniformado? Usted amigo lector tiene la palabra. (O)