Leyendo un texto de Joseph Moreau me encuentro esta interesante paradoja descrita por Platón en su obra Menón: Si aprender es tratar de saber, se deduce que por un lado no se puede aprender aquello que ya se sabe, y por otro lado, no se puede aprender aquello que no se sabe pues ¿cómo se podría tratar de saber aquello que se desconoce?
Y la respuesta es aún mejor: No se trata de obtener el saber de un objeto, sino de saber cuál es el sujeto que propone el saber y cómo lo hace, es decir cómo aprende.
Más allá de los misterios idealistas en los que se entrampó la solución a esta paradoja, el problema que nos plantea es real, y desde mi perspectiva tenemos tres elementos para despejar en la ecuación: saber, aprender y sujeto.
Sócrates dijo que la vida sin examen no vale la pena vivirse, y Aristóteles que hay que saber para vivir bien.
La justificación del sentido aparece aquí ligado a la ejercitación del ser humano sobre la sustancia de su humanidad, lo simbólico, que se expresa en la acción que modela la vida, y en sus principios éticos, que -nunca estará por demás recordarlo-, son históricamente determinados.
Solo así se entiende que a los griegos les diera igual la existencia de esclavos.
Su examen no podía ir más allá de ellos mismos.
Nuestra respuesta a la luz de la política y de la historia, podría expresarse así: No se trata solo de saber cuál es el sujeto que propone el saber y cómo lo hace, sino de establecer las condiciones sociales y económicas para la construcción y el libre desarrollo de la razón, del saber y de la cultura, entendidos como acto colectivo.
Se trata de volver a la frónesis en su sentido literal, como capacidad de pensamiento racional ligado a los fines de una vida plena, lo que significa que la ética se vuelve política, el saber se vuelve poiético (creativo), y la filosofía, práctica. (O)