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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Fin de año para celebrar

24 de diciembre de 2015

No ha sido fácil el año que termina. La caída de los precios del petróleo y las amenazas de desastres naturales nos han enfrentado a retos inesperados, que han exigido atención urgente y prioritaria. Hemos tenido que invertir tiempo y recursos en obras de prevención, en campañas educativas sobre desastres naturales y en equipamiento de los sistemas de prevención de riesgos.

Sin embargo el país se ha mantenido firme, han continuado desarrollándose las grandes y pequeñas obras públicas, el Estado ha seguido brindando servicios y financiando subsidios y hasta se han pagado deudas y compromisos financieros de gran tamaño.

¿Cómo ha sido posible esto? ¿Por qué nuestro país no se ha ido al suelo, como ocurrió hace un siglo, con la crisis del cacao, o en los años sesentas, con la crisis del banano? ¿Por qué el Estado ecuatoriano ha logrado abrirse paso en medio de la adversidad hacia los mercados financieros? ¿Cuál es la razón por la que países y entidades empresariales se sientan atraídas por el Ecuador y, ahora mismo, busquen invertir en él?

La respuesta principal es la existencia de un liderazgo responsable y un gobierno capaz, que han mostrado eficiencia en la administración del Estado y en la búsqueda de nuevos horizontes de desarrollo.

Si se mira con objetividad al Ecuador de hoy y se lo compara con el de hace una década, saltan a la vista los notables logros alcanzados por el país en todos los órdenes. Paz y estabilidad ahí donde antes reinaban la angustia social y la anarquía política. Una formidable infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria, que facilita la vida de las gentes, el transporte de productos y mercancías y el desarrollo de los negocios. Una colección de grandes obras hidráulicas, que controlan inundaciones y aseguran el riego para temporadas de sequía. Y un conjunto de nuevas hidroeléctricas que garantizan el cambio de la matriz energética y nos permitirán exportar energía.

Y eso para no hablar de los extraordinarios éxitos de la política social, de la disminución de la pobreza y el desempleo, de los ampliados servicios médicos y de la gran revolución educativa, cuyos frutos mayores se verán en un par de décadas.

Es más, las mayorías populares sienten que su vida mejoró y están henchidas de esperanza hacia el futuro. Los únicos que no comparten esta visión optimista de las mayorías son los opositores, en especial esa centena de vividores de la política, tanto de izquierda como de derecha, que en su tiempo construyeron negocios privados e instituciones endogámicas con fondos públicos y quieren volver a esa fiesta.

Esos políticos de aldea, que entienden la oposición como un ejercicio de odio, son un rezago de la vieja partidocracia, que no piensa en el destino del país sino en sus ambiciones personales. Éste quiere volver al neoliberalismo más crudo, ese que el país rechazó en plebiscito. Aquel quiere ensayar de nuevo el populismo ramplón de su padre. Y aquel otro desea reinventar el Ecuador a la medida de su escuálida vanidad, cambiando Constitución y leyes como si fueran naipes usados.

Por suerte el país conoce sus ambiciones y artimañas, y sabrá cuidarse de ellos, de sus apetitos insaciables y sus afanes desorbitados de figuración. (O)

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