Historias de la vida y del ajedrez
Fin a la cortina del silencio
Alguien tendrá que contar la historia verdadera: la de hombres y mujeres de carne y hueso. En los libros que nos hablan del pasado, aparecen reyes, presidentes, emperadores, papas y faraones. Todos perfumados y famosos. Y nos dicen que levantaron pirámides, que vencieron en tal batalla o que cambiaron el destino para siempre. Pero no existen los sin nombre, los que sembraron la tierra, los que lloraron y murieron, los pobres de la tierra. Ya es hora de que alguien los recuerde.
Uno de ellos se llamó Doménico Scandella, conocido como Menocchio, agricultor y panadero del siglo XVI. Tenía un molino y algo del dinero que ganaba lo dilapidaba en algo impensable: compraba libros en Venecia. Había aprendido a leer y se dedicó a pensar. Ese fue su drama.
“Mi cabeza estalla con verdades que yo solo he descubierto -decía Menocchio-, pero tengo miedo de decirlas. Si las escucharan, el mundo quedaría paralizado”. Parece que alguna vez intentó decir lo que pensaba acerca del origen del mundo y de otros temas, y los que lo escucharon quedaron paralizados por el momento, pero después corrieron a denunciarlo ante la Inquisición.
En el juicio, Menocchio realizó una brillante defensa y dejó mudos a los inquisidores. Asustados por la inteligencia del personaje, lo condenaron a vivir con una camisa con una gran cruz pintada, para los sospechosos de herejía. La usó un tiempo y luego la abandonó. “No podéis matar de hambre a mi familia. La gente cree que estoy excomulgado y nadie me compra el pan”. Esa desobediencia llevó a Menocchio de nuevo ante el Santo Tribunal. Allí fue condenado a muerte.
Lo de la hoguera empezaba con una acusación anónima de herejía o hechicería. Para eso bastaba un enemigo, un vecino envidioso o algún inmoral necesitado de dinero. Es decir, sobraba gente. Al morir, las riquezas de la víctima pasaban a manos de la Iglesia y una parte al acusador.
Al final, Menocchio fue a la hoguera por orden del papa Clemente, que no hizo honor a su nombre, a pesar de que el acusado pidió misericordia de manera desesperada. Pero le permitió la asistencia de la Confraternidad San Giovanni de Collato. Ellos acompañaban al reo y le rezaban para la salvación de su alma. Después eran los encargados de encender las llamas.
En ajedrez, a diferencia de la vida, nadie puede olvidarse del sacrificio de los humildes peones.
1…. P6C
2: PAxP P6T!! Y el peón negro corona.
P/S: En Montereale, la ciudad del mártir, hay un homenaje elocuente: El Centro Cultural de la ciudad lleva su nombre: Centro Studi Storici Menocchio. Al despedirnos del lugar, una jovencita nos contó la historia y cerró con esta frase: “Ni perdón ni olvido”.