En el empeño de reflexionar sobre el ideario de los patriotas que los llevó a comprometerse con la causa libertaria y a obrar en consecuencia, hoy nos interpelan a seguir en la lucha.
Para muchos de ellos, por su religiosidad, asumir un comportamiento revolucionario era un cargo de conciencia, que implicaba un grave pecado contra la fidelidad debida al rey. El pueblo había sido adoctrinado en la creencia de que la autoridad del rey provenía de Dios; de ahí tan arraigado sentimiento de fidelidad. En el caso de Fernando VII fue comprensible, inicialmente, al verlo prisionero de Napoleón Bonaparte y sustituido por un francés. Se consideraba que, en caso de que España hubiera quedado en poder de los franceses, el rey Fernando VII hubiera podido venir a gobernar en América.
Uno de los poemas anónimos de la Revolución de agosto de 1809, que da a conocer el historiador Hernán Rodríguez Castelo, en su “Lírica de la Revolución Quiteña”, se quejaba: ¿Quién creyera ¡oh Cielo!/Que tan noble desvelo/Por crimen se repute, por delito/Socorrer a la madre en tal conflicto?/ Porque ¿es culpa un exceso de lealtad, de amor y fino celo?
La relación cambió a partir de 1813, cuando Felipe VII, convertido en tirano, rompió la constitución española de 1812, se declaró rey absoluto y se opuso a la independencia de los territorios americanos. Además, el pueblo había comprendido que la autoridad real no era divina sino cimentada en el pueblo. En nuestros días ese tipo de fidelidad ya no es expresión sagrada ante ningún amo extranjero, aunque persisten las pretensiones neocoloniales.
Nuestra lealtad es a los principios, como lo fue para los patriotas, pero en el contexto de nuestra época, como postulaba el educador Alfredo Pérez Guerrero, quien mantuvo vigente el ideario de los patriotas: “En la vida hay que ser leal con ciertos principios, porque son lo único que importa para el hombre. Fuera de esos principios o cuando esos principios se desatienden o se olvidan o se menosprecian, el hombre deja de ser hombre. Todas las riquezas, las dignidades, los nombramientos, los honores, todo eso no vale nada cuando no se posee el único tesoro que importa, ser leal a ciertos principios: los del honor, de la libertad, de la dignidad humana”. Así lo dejó consignado en su último Mensaje a la Juventud. En otra ocasión había explicado: “Los valores del espíritu son los que dan categoría al hombre, los que le definen y le exaltan. La honra es, pues, la lealtad a esos valores”.