Un mar de emociones y reflexiones ha desatado la partida de Fidel en aquella parte del mundo que pudo derribar el cerco mediático imperialista de su estigmatización. Me sumo a ese ejercicio resaltando algunos rasgos de su práctica que siempre me impresionaron.
Primeramente, su convicción en el triunfo revolucionario que se expresó desde los tiempos de la Sierra Maestra, cuando mientras sus compañeros abrían los ojos a la realidad de la derrota, él les volvía a hacer soñar y a materializar esos sueños en victorias reales. En Fidel no hubo nunca lugar para el pesimismo, ni en los tiempos más difíciles, porque su idea de triunfo estuvo ligada a su concepto del derecho de la revolución, y, por tanto, del pueblo, a vencer al enemigo de los nuevos valores y realidades portados por ella, rasgo importante de tenerlo presente en esta nueva hora de los hornos que estamos viviendo en la región.
Pero Fidel no hubiera podido nunca ser exitoso en ese empeño -que se prolongó por casi seis décadas- si no hubiera construido un liderazgo hegemónico. Los imperialistas y felipillos sabían esto y por ello se dedicaron a demonizarlo como ‘dictador’ y ‘tirano’ en el marco de la guerra psicológica desatada contra la Revolución Cubana. Quiero recordar a este propósito sus Palabras a los intelectuales (1961), en las que esbozó esa política hegemónica en el contexto de un proceso revolucionario en ciernes y frente a la demanda de libertad de creación artística por parte de la intelectualidad.
Allí identificó tres tipos de intelectuales cubanos: revolucionarios; honestos no revolucionarios; y mercenarios, planteando la necesidad de desarrollar una política incluyente hacia los honestos no revolucionarios, no así hacia los mercenarios que ejecutaban su propia agenda, planteando el principio: “Dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada”, porque “la Revolución también tiene derechos y el primer derecho… es el derecho a existir... Por cuanto… comprende los intereses del pueblo… los intereses de la nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella”.
El principio de incluir a los(as) honestos y defender la Revolución de los(as) mercenarios(as) abiertos y encubiertos es importante recordarlo hoy en el marco de la guerra psicológica desatada contra nuestros procesos progresistas y revolucionarios en la región.
El último rasgo que quiero resaltar son los nuevos valores que inculcó en la sociedad cubana con el ejemplo, como la solidaridad, la sobriedad, la cooperación, la sencillez, antítesis de los antivalores de la sociedad burguesa. Sobre esa base impulsó una política internacional de nuevo tipo que convirtió a Cuba en un gigante en el escenario mundial logrando aislar la estrategia imperial y transmitir estos nuevos valores a la política de otros Estados latinoamericanos, de una vigencia histórica crucial en la actual coyuntura.
En fin, la metáfora de David y Goliat nos queda corta en Nuestra América porque nosotros(as) tenemos nuestra propia metáfora del pequeño que venció al gigante: Fidel. (O)