Vale la pena premiar cada año a la poesía; es una buena coartada para salvarnos del agujero negro. Ella condensa la forma y fondo de lo humano mediante el rasgo escrito, parido por el vientre social. Si el sistema educativo promoviera la escritura de la poesía, sobrarían los humanos humanizados y habría una masa planetaria de seres justos. Escribir poesía es un acto de voluntad para escudriñarse y narrarse, tejiendo la razón y alma, con la esperanza de responder a los dilemas de la existencia.
Me sumo a la propuesta de reconocer a la Poesía y a los Poetas, en el verso de Fernando Cazón Vera (1935), uno de los referentes de los grandes movimientos literarios del siglo XX de Ecuador y Latinoamérica. Me enteré de su candidatura para el Premio Eugenio Espejo, cuando retornaba a casa, después de cumplir con alguna tramitología inútil. Con una carcajada deliberada, salté desde del inframundo de la tecnocracia robótica, al olor de los libros añejos, impresos en papel imprenta color descolorido, que reposan en la estantería del lado izquierdo.
Después del ritual de la tos dulce, que produce el aliento de la corteza, se descubrió por sí sola, la portada de La guitarra rota, bellamente manchada con gotas de agua de café, testimonio de una de aquellas bohemias. Al abrir el libro estaba ahí su “Marimba en tiempo de pena”, poesía de su primera época creativa, atrapada en el ritmo: “Marimba, marimba vieja/ que suena en la noche, suena/ detrás de la luna llena/ como una queja”.
Cazón Vera fue parte de las hermandades de poetas que vivieron y viven dentro de la poesía. Decena de veces vino a Portoviejo a los famosos festivales internacionales de la Flor de Septiembre, que tuvieron su mejor momento en la década de los sesenta y setenta del siglo pasado. Su voz se quedó en Manabí, para siempre.
El poeta aborda en el conjunto de su obra, caracterizada tanto por la rima como por el verso libre, las honduras de la subjetividad humana, rasgando las dimensiones del amor, la vida, la muerte y aun la sombra. Logra crear la figura de la encarnación en los propios objetos desdoblados del ser. Hizo del sombrero y la sábana, el cuerpo, y de la almohada, la conciencia.
En su poesía “Los pies en la tierra”, Cazón Vera canta: “Desagótame las aguas de la nube/ para las soledades del sediento; y, en trance de aguador, desata al viento/ que a la humedad encarcelada sube”. (O)