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El Telégrafo

Felicidad

10 de abril de 2011

La felicidad fue un objetivo claramente deseado por los luchadores de la Independencia. “Quiteños: sed felices; quiteños, lograd vuestra suerte a vuestro turno”, fue consigna del precursor Espejo, quien consideraba como felicidad la gloria de un pueblo libre.

Carlos Freire sostiene que “tal vez la novedad  que más impactó en los ánimos quiteños  fue aquella del derecho a la felicidad, pues en medio de penurias sin cuento aparecía como una promesa”.

Este concepto está hoy compendiado en el Sumak Kawsay o Buen Vivir, que busca el bienestar general, que no depende de abundancia de productos del consumismo, pues trasciende la mera  satisfacción de necesidades y el acceso a servicios y bienes. Es tener lo esencial para disfrutar de una vida digna y feliz.

Fue reconocido por la Asamblea Constituyente de Montecristi(2008), sección segunda Art. 1: “Se reconoce el derecho de la población a vivir en un ambiente sano, ecológicamente equilibrado, que garantice la sostenibilidad  y el Buen Vivir, Sumak Kawsay”. Esto requiere la construcción de otro tipo de sociedad fundamentada en la convivencia ciudadana en diversidad y armonía con la naturaleza.

Alberto Acosta, quien desde la presidencia de la Asamblea  fue uno de los promotores del debate sobre el Sumak Kawsay, y de su aprobación, sostiene que a partir de la definición constitucional se aspira a construir relaciones de producción, intercambio y cooperación que propicien la eficiencia y la calidad, sustentadas en la solidaridad.

Es oportuna esta cosmovisión que involucra la naturaleza, ante las consecuencias del cambio climático y los desastres por terremotos y tsunamis, que se añaden a la crisis del sistema capitalista depredador de la naturaleza, que no es  solamente financiera sino múltiple, ambiental, alimentaria, energética, del agua, etc.

Además de los “saberes” de la cosmovisión indígena, se ha ido tomando conciencia de otras exigencias de la vida,  de valores emergentes. Acosta señala que el concepto del Buen Vivir no solo tiene un anclaje histórico en el mundo indígena, se sustenta también en algunos principios filosóficos universales, aristotélicos, marxistas, ecologistas, feministas, cooperativistas, humanistas y otros.

De hecho, numerosos pensadores contemporáneos abogan por la creación de una sociedad alternativa respetuosa de la naturaleza, habiendo comprobado que los recursos naturales no son inagotables, y que el crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo, de progreso ni de felicidad.

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