Ha pasado el primer año de la pandemia del covid-19. El cansancio, la tristeza, junto con el desasosiego de gran parte de la población del mundo se ha transformado en una variable permanente; ya los estudios advierten que se padece de fatiga pandémica, pues las limitaciones que demanda el hecho de cuidarse y hasta de mantenerse con vida son mayores que la posibilidad de una franca libertad de un accionar social. Estamos con distanciamiento social, uso de mascarillas, restricciones de trasporte, realidades que imposibilitan una vida como la que teníamos antes de marzo de 2020. Al mismo tiempo, son frecuentes y no pocos los comportamientos irresponsables de quienes no respetan las normas que intentan impedir que el contagio se expanda y se agudice. Todos queremos que ya esto termine y que regresemos a una normalidad en la que podamos acercarnos con quienes hemos tenido que distanciarnos debido a la pandemia.
Ciertos grupos de la sociedad no solo que no acatan las medidas de prevención, sino que están respondiendo de forma violenta ante tan largo período cargado de una ausencia de soluciones, de oscuridad y sobre todo de incertidumbres. Todo ello lleva a un incremento de la desconfianza en los poderes públicos y a la búsqueda individual de soluciones de defensa ante la enfermedad que recorre el mundo.
Se evidencia, a pesar de todo, que hay diferencias entre los países con mayor desarrollo y los más pobres. Se observa que hay naciones que han logrado vacunar en seis semanas a toda su población; en general, en los países más ricos el porcentaje de vacunados es alto, en tanto que en los Estados pobres ni siquiera se llega hasta la fecha a completar dos cifras en su porcentaje. Los llamamientos de Naciones Unidas a repartir los cargamentos de vacunas no parecen tener excesivo éxito, aunque hay esfuerzos de reparto, unos teñidos de propaganda política y otros parece que con un contenido más solidario. No hemos podido construir bloques regionales para que juntos podamos tener más fuerza de demanda ante las empresas productoras de vacunas, tal y cual sí lo han hecho los países africanos. No se consigue entender que ante esta situación tan compleja todos los habitantes del planeta somos ciudadanos del mundo y que debemos ser cosmopolitas.
Estamos cansados de esta situación y vemos que lo público juega un papel fundamental y tiene un inmenso valor que se estima por los gobernantes que han logrado la coyuntura en sus países, tras fortalecer lo público, para que el futuro no nos reciba mal parados, como nos ha pasado con lo pandemia que nos asola.
Las administraciones y sus gobernantes deben contribuir a recuperar el ser social de los ciudadanos, quienes están hartos de permanecer entre cuatro paredes y frente una pantalla y que están prestos a intervenir en los asuntos públicos y en la vida social.
En la actualidad, el ciudadano no está satisfecho por la distribución de las vacunas; estamos en verdad agotados y con fatiga y muchos más estarán los trabajadores de la salud. Hay la necesidad de que el Gobierno entrante nos renueve la energía para trabajar por un Ecuador mejor.