Cuarenta años atrás, el célebre escritor argentino Julio Cortázar publicó su novela “El libro de Manuel”. En ella se caracteriza a los provocadores que se llenan la boca con la palabra “revolución”, mueven a los incautos tras consignas incendiarias y le hacen el caldo gordo a la ultraderecha. Son los “fascistas de la revolución”, como se los llama en aquel libro. De hecho tales provocadores, si no lo han sido antes, devienen fácilmente agentes de las mafias de espionaje y terror, como la CIA.
A propósito, Philip Agee relata en su famoso “Diario de la CIA” que en Quito, en los primeros años 60, la embajada norteamericana estaba empeñada en provocar actos que enardecieran a los militares y les condujeran a exigir la ruptura de relaciones con Cuba, que acababa de instaurar su Revolución. Así, por ejemplo, con motivo de una manifestación de la FEUE encaminada a Carondelet, agentes infiltrados por la CIA lanzaron consignas radicales que pronto prendieron en la masa estudiantil, dado su espíritu rebelde y la facilidad para ser manipulada. Consignas como “menos cuarteles, más escuelas”, “menos botas, más cultura”, cuidadosamente elaboradas por dicha embajada, prendieron como pasto seco entre los estudiantes. Al día siguiente, los mandos militares, indignados por esa vocinglería, exigieron al presidente Carlos Julio Arosemena la ruptura de relaciones con La Habana. El relato de Philip Agee actualiza el papel de estos provocadores, que él conoció y manipuló como oficial de operaciones de la CIA.
En los últimos años y en estos días las acciones de los “fascistas de la revolución” aquí, en el Ecuador, forman montón. Una de sus más notables hazañas fue la garrotiza al rector de la Universidad Central, a profesores y estudiantes que rechazaban sus métodos, como resultado de lo cual un connotado matón, al que sus congéneres han convertido en héroe, calienta la celda de una cárcel. Otra de sus acciones de mayor cartel fue la participación activa en la intentona golpista del 30 de septiembre, en que sus preclaros líderes arengaban a la multitud desde los trucutús antes odiados y repudiados, mientras cacatúas disfrazadas de maestras instaban a los estudiantes a salir a la calle para respaldar la acción “revolucionaria” de los policías complotados. Ahora los empujan a protestar contra leyes que, aunque incompletas y tímidas, pretenden cambiar los sistemas anacrónicos de educación, salud y medios de expresión, mientras ellos pretenden que continúe vigente el viejo país, aquel que les dio por largos años toda clase de privilegios como supuestos conductores de masas.
Lo que en el fondo buscan los “fascistas de la revolución”, sus mandantes y compinches de ruta es la caída del régimen que preside Rafael Correa que -con todos sus errores y limitaciones, y pese a los numerosos ineptos y oportunistas incrustados en el Gobierno- traza una ruta clara hacia un Ecuador más justo, soberano y culto, lo que enfurece a los conjurados del 30 de septiembre.