Al menos ya van dos décadas en los que la sociedad viene reclamando la falta de valores en las nuevas generaciones. Entre la familia y la escuela se pelotean a los niños y jóvenes. El resultado, los niños y los jóvenes improvisan de manera intuitiva sus propios valores.
Los valores están siendo formados día a día. Niños y adolescentes se forman observando el comportamiento de sus padres en la casa. Al mismo tiempo, la educación básica y superior insiste en la orientación en carreras que sean “más productivas”, es decir que sean rentables. Y por lo tanto, escuelas, colegios y universidades han anulado el espacio de las humanidades.
Excelentes para la robótica y en el diseño de juegos virtuales, pero ignorantes en historia; apáticos con la literatura; desorientados en artes e ignaros en geografía. ¿Entonces cuál será la fuente de inspiración para el comportamiento ético y moral de esos niños y jóvenes?
La filósofa judía Martha Nussbaum sostiene que todos los seres humanos nacemos con la capacidad para entender cómo piensan los otros. Tanto es así que es común en una guardería ver a niños que, comenzando a gatear, juegan, socializan entre niños negros, blancos, rosados, cafés o de cualquier color.
Se divierten, se quieren, comparten golosinas y juegos sin ningún resquemor. No existen prejuicios racistas entre ellos. Los niños pueden intuir e imaginar lo que los otros niños quieren.
El racismo y la exclusión lo vamos aprendiendo en los hogares y en la escuela. Al pasar el tiempo y dentro de un mundo orientado hacia la productividad y a la competencia desleal, los seres humanos vamos perdiendo esa capacidad de intuir al Otro.
Sin formación en humanidades, no habrá desarrollo de la sociedad con valores. (O)