Imagínese que unos ladrones roban su hogar, pero no solo ellos van presos por el delito sino también usted por no haber sido responsable por su seguridad. ¿No le parece absurdo? Pues esa es la lógica de argumentación de la ultraderecha y sus aliados en su solicitud de juicio político al vicepresidente Jorge Glas.
En efecto, las ‘pruebas contundentes’ que dijeron tener y pusieron en vilo a todo el país, resulta que son los juicios por cohecho, peculado y enriquecimiento ilícito a varios exfuncionarios de Petroecuador que han sido sancionados por ello. De lo que se sabe, hasta el momento no han presentado una sola prueba de cometimiento de alguna falta por parte del Vicepresidente. Se le pretende juzgar por delitos de terceros.
Esto no solo es una barbaridad desde un simple razonamiento lógico. Lo es también desde el concepto que fija los derechos y deberes en la modernidad: el de individuo, afirmativo de la autonomía del sujeto y su directa relación con el Estado como ciudadano. En este caso, se le arrebata al Vicepresidente su condición de individuo, de ciudadano y de funcionario con determinadas atribuciones por las cuales tiene que responder directamente frente al Estado y se le asigna arbitrariamente el rol de intermediario de otros, endilgándole responsabilidades por sus delitos.
¿Cómo es que semejante patraña pudo presentarse como argumento en la Asamblea? Simplemente, por el trabajo de socavamiento simbólico de la Revolución Ciudadana emprendido por la ultraderecha desde hace varios años e intensificado en la última campaña electoral. Se ha tratado de construir a la RC como el enemigo a destruir en torno al discurso de la corrupción, focalizándolo en Jorge Glas. No ha habido escándalo al que no se le haya tratado de involucrar: desde los ‘Panama Papers’, pasando por Petroecuador, Odebrecht, hasta el caso Caminosca. La estrategia seguida se parece a la del “enjambre, de espectro completo” y aplicando “todos los mecanismos simultáneamente y sin reposo” (Ceceña, 2017).
Partidos y movimientos políticos, ‘comisiones anticorrupción’, dirigentes sindicales e indígenas, medios de comunicación y blogs que conforman el partido orgánico de la ultraderecha repiten sin cesar: “Glas corrupto”, posicionando ese mensaje en el imaginario de la gente. A estas alturas, no importa si es verdad o mentira. Cabe cualquier atrocidad. Han convertido a Glas en un falso positivo, desprestigiándolo y estigmatizándolo para aislarlo y aniquilarlo políticamente.
Lo grave es que la oposición no solo pretendería su cabeza sino el cuerpo de la Revolución, si tomamos en serio las denuncias del Vicepresidente de un golpe de Estado blando en curso en el escenario de la Asamblea, sobre el que no han pronunciado palabra otras autoridades. Lo confuso es que estas revelaciones se hacen en el contexto del diálogo promovido por Lenín con la oposición en otros escenarios. La pregunta es: ¿Servirá el diálogo para frenar la desestabilización o esta seguirá su curso a pesar del diálogo? (O)