Ecuador ha visto forjadas campañas permanentes de tendencias generadas en redes sociales, cuyo origen no es una acción o protesta civil espontánea. Estos días, el colega activista Jorge Fernández –@viniceo–, evidenciaba con un trino algo indignante: “No hay medicina en el IESS pero los troll centers siguen bien pagados y activos. Maldito pueblo” [sic]. ¿Qué gasolina alimenta ese ‘troleo’?
La investigación que arrojó Facebook hace una semana para desactivar cientos de cuentas correístas que se daban likes entre sí; implicaba compartir sus propios contenidos, comentarios insultantes, retuits de cuentas bot. Es un mecanismo que reflejaría que las campañas políticas o de incidencia son y han sido solo el reflejo de una realidad inventada. Las peligrosísimas fake news o falsa realidad virtual.
Es también la realidad extendida de las (¿antiguas?) campañas de relaciones públicas para “mejorar la imagen” de personajes, empresas, instituciones y gobiernos. Pero a diferencia de éstas, no necesitan per se de medios convencionales, pero sí bastante dinero para amplificar mentiras, generar una falsa opinión pública con un ejército enorme de cuentas robot y una pequeña base social convencida, pero activa en redes.
El reciente caso que “desnudó” a Roberto Wolhgemut, cabecilla del ejército de “guerreros digitales”, plantea muchas interrogantes sobre el origen del dinero que financia estas actividades; que no es precisamente producto de un servicio (¿o sí?) comercial. Mucho de eso (no sabemos cuánto en porcentaje), son fondos públicos camuflados en contratos publicitarios o de servicios que el Estado paga, pero desvía a estos propósitos y en muchos casos con sobreprecio.
Lo vimos en octubre pasado con el levantamiento indígena que encubrió casi a la perfección el golpismo correísta. Lo hemos visto en la pandemia que generó miedos, caos y hasta el montaje de fallidos redentores políticos, algunos nacidos del correísmo; en base a noticias grandilocuentes, memes que incluían banda presidencial del ‘ungido’ o salvador; pero al rato cayó, gracias a las denuncias periodísticas –los sin “pauta”– por la consabida corrupción, también estilo correísta. (O)