Me desperté en medio de un bosque andino, entre árboles de mediano tamaño y ramas torcidas. Polylepis, creo, con estos es difícil saber dónde termina una rama y empieza otra. Diferentes tonos de verdes y cafés predominan el paisaje. Estoy en algún lugar de Ecuador, a menos de una hora de viaje en auto de la capital política y económica. Aquí el mundo se siente diferente. Hay silencio, escucho las aves y el caudal del río. Desde mi posición logro ver una imponente cascada de 60 metros.
Aquí no existen noticias violentas, no hay rastro del terrorismo. Si alguien me dijera ahora mismo que Ecuador está viviendo una guerra civil, no le creería.
Aunque el Distrito Metropolitano de Quito está cerca, el paisaje me hace sentir que estoy en otro mundo. Veo mi campamento y los miedos de la ciudad me resultan una historia fantástica. Hace unos días, 2 personas intentaban obtener pasaportes para dos niñas con documentos falsos. La trata infantil parece irreal cuando miro las cenizas de la fogata que encendí la noche anterior. En este punto, aunque me siento vulnerable, no tengo miedo de sacar mis cosas, de existir. Nadie me va a robar ni hacerme daño.
De camino a la cascada voy lanzando piedras al río, la mezcla perfecta entre lo básico y lo hermoso. Es fácil concentrarse en el viaje de la piedra y seguirla con la vista hasta el lugar que escoge para aterrizar. Esta actividad no graba IVA ni le afecta el incremento del ISD.
La inseguridad y la corrupción han provocado una salida sistemática de multinacionales, el turismo no logra recuperarse desde hace 4 años. Con el anuncio de movilizaciones indígenas, la política demuestra dar de todo, menos esperanza. Qué contraste tan fuerte frente a la riqueza natural de este país.
Con un crecimiento económico proyectado del 0,08%, menor al histórico de inflación que es 1,4%, sumado al uso de moneda extranjera, Ecuador, de a poco, se hace cada vez más pobre. Y yo aquí hablando de macroeconomía con una cascada enorme.
El sonido del agua golpeando el fondo, las aves, el viento, todo tiene un tono muy nostálgico, parecido a la nota que usa Sabina en sus canciones para avisar que en su siguiente verso, viene un revés. B7, creo. Ojalá no se acabara el carnaval, ni me tuviera que ir de este bosque. ¿Será que el agua de río limpia el sentimiento de culpa por haber sido feliz unos segundos?