Para hacer bien las cosas resulta imprescindible contar con buenas ideas, una adecuada estrategia y, obviamente, con las personas adecuadas; solo así podrían garantizarse resultados excelentes o, al menos, aceptables. Esta receta escrita a vuela pluma se aplica en todo tipo de espacios sociales, desde el de la organización de un hogar, hasta el que corresponde al manejo de una oficina pública, pasando por los de organización y desempeño de la iniciativa privada. Pero todo esto puede llevarse a la práctica solo si previamente las personas se apropian de la ética y de los valores (axiología), ambos asuntos cardinales de la filosofía del hacer o práctica, sin dejar de lado a la moral con su permanente preocupación sobre el obrar entre el bien y el mal.
Antes de aprender un oficio o profesión, antes de asumir una responsabilidad en lo público o en lo privado, antes de disponerse a servir a los ciudadanos y, en el día a día de la vida familiar, la ética y los valores deben estar presentes en todos los actos humanos, sea que estos ocurran en espacios sociales -ser ciudadano, excelente servidor-, políticos -gobierno, poder, ley-, científicos -la verdad-, religiosos -el espíritu- o artísticos -creatividad y belleza-. En la concepción de Aristóteles, la ética apela a la racionalidad de la convivencia en sociedad, también evoca la libertad de cada uno para hacer el bien.
Se debe hacer el propósito de dejar de lado algo que ha enraizado como una verdadera cultura en nuestra sociedad, una práctica que tristemente hace del amiguismo, el palanqueo, el arribismo, la sapada, la ley del menor esfuerzo y la viveza criolla, la norma general por excelencia; estas conductas despreciables convertidas en “regla” generan aplazamiento, resistencia y desencanto ciudadano. El cambio debe empezar en el hogar, en el aula de la escuela, el colegio y la universidad, en el lugar de trabajo, la oficina, el servicio público y privado, en todo espacio de decisión e interacción social.
El país requiere imperiosamente una cruzada por la ética cotidiana y el respeto a ley como objetivos alcanzables, involucrando a toda la sociedad, transformando la educación desde las raíces; implantando la ética junto a los valores fundamentales, para de una vez por todas dejar el anquilosamiento y construir un país de progreso con oportunidades reales.