Las proclamas victoriosas del cese definitivo de la actividad armada de ETA y de la muerte del líder de las FARC han suscitado expectativas de paz. La realidad es otra. El anuncio de ETA es insuficiente y la “victoria militar” contra las FARC es genocida, como la de la OTAN en Libia.
ETA cesa la actividad armada, pero no se disuelve. Fernando Savater lo aclara: “La simple realidad es que ETA renuncia a lo que ya es inviable, pero ni entrega las armas ni se disuelve. Además, no se dice ni una palabra de las víctimas causadas, del envilecimiento del terror impuesto, las extorsiones, el Estado de derecho vulnerado”.
El asesinato de Cano va en contravía de una humanización del conflicto, primer paso hacia una salida pacífica y hace más difícil el anuncio de las FARC de cese definitivo de su también inviable actividad armada, para lo cual no solo tendrán que entregar las armas, sino renunciar a lo que se convirtió en su talón de Aquiles, el narcotráfico con sus millonarias tulas de dinero, producto, además, del secuestro y la extorsión, que no podrán negar.
El guerrillero Alirio Rojas se les desapareció en 2009 con 4.000 millones de pesos, fruto de la venta de base de coca y del impuesto a las narcorrutas. La Policía lo capturó en Mérida por ser el enlace del capo del narcotráfico, Daniel el “Loco” Barrera, quien le ayudó a desertar de la guerrilla.
En España se desea que el proceso culmine con el desmantelamiento de la organización. No debería ser así en el caso de que las FARC anunciaran el abandono de la lucha armada, poco probable, ante el predominio del enfoque militarista de parte y parte. Sin embargo, si el Gobierno aceptara que el diálogo, por difícil que sea, es la ruta correcta a seguir, pero en el entendimiento de que es “para lograr transformaciones de fondo”, como lo quiso “Cano”, según testimonio de su hermano, no tendría lógica pedir que las FARC se disuelvan.
Lo estratégico sería que la guerrilla diera un giro de 180° hacia sus ideales originales, renunciando al terrorismo. El país necesita cambios radicales, que se han frustrado por degradación de la lucha armada y culpa de gobiernos neoliberales. El verdadero enemigo es el ejército de millones de desplazados, desocupados, desposeídos y la pobreza no se logrará exterminar a través de un capitalismo depredador. Para una paz duradera se requiere una auténtica revolución incruenta. Si la guerrilla “renaciera”, no para la guerra de guerrillas sino para la lucha política, contribuiría a la causa.