La nueva clase política parecería estar compuesta por seres llenos de maldad y por estúpidos. Están presentes en todos los rincones del planeta. La cualidad de estupidez no tiene nada que ver necesariamente con la capacidad intelectual, sobre todo es de orden moral. La estupidez no es un problema de género, edad, sexo o etnia. Y, lo que es más grave, los estúpidos son más peligroso que los malvados.
La Teoría de la Estupidez fue planteada por el teólogo luterano, sociólogo y psicólogo alemán Dietrich Bonhoeffer. Este fue condenado a la horca por orden directa de Hitler. Sostiene que los estúpidos son más peligrosos que los malvados y es que lo opuesto al bien no es la maldad sino la estupidez. Los ciudadanos nos encontramos indefensos frente a la estupidez del ejercicio del poder por políticos y gobernantes.
No podemos entender de otra manera el porqué de la esterilidad y estupidez de la Asamblea. Les cuesta tanto dedicarse a la formulación de leyes antes que pensar en las estrategias para beneficiarse personal o grupalmente. Están dedicados a mirarse el ombligo y a discutir procedimientos formales para su funcionamiento.
Sobrepasan los límites de la maldad para llegar a la estupidez generada por los intereses personales y de partido. Por ejemplo, en estos días, una mayoría avivata se han reunido para captar ese esperpento diabólico del Consejo de Participación y luego conquistar la impunidad del atraco de más de $ 70.000 millones.
Una vez tomado por asalto el organismo de la participación, estarán planificando en asaltar la primera magistratura del Ejecutivo. Una vez apoltronados en Carondelet y con ayuda de los peones, el rey amarillo y la reina verde patearán el tablero para vivir felices comiendo perdices por 300 años más tal y como ofrecieron.
Esta procesión se quedará entre llantos y lamentos de una ciudadanía desarmada, impotente e indolente que no pasará de los niveles de la queja. Hoy, ciudadanos y políticos se han convertido en un matrimonio infeliz. El poder de los ciudadanos, en este caso, requiere de la estupidez de los otros.
Tenía razón Bonhoeffer cuando afirmaba que “Al observar más de cerca, se hace evidente que cada fuerte aumento de poder en la esfera pública, ya sea de naturaleza política o religiosa, infecta a una gran parte de la humanidad con la estupidez”.