La semana pasada celebramos el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Fue una buena oportunidad para recabar informaciones sobre la plaga de los maltratos a la mujer, especialmente en casa, por parte de los esposos o compañeros. Fue también la ocasión para recordar cuántas asociaciones trabajan por el respeto y el protagonismo de las mujeres en todos los espacios de la vida y de la sociedad.
Quisiera aquí denunciar una de las violencias contra las mujeres, especialmente las niñas y las jóvenes, disfrazada de belleza: es toda la propaganda solapada que se hace mediante la muñeca Barbie. Desde muy pequeñas se les compra a las niñas un sinnúmero de adefesios con la imagen de esa muñeca, para que se vayan pareciendo a ella, muchas veces inconscientemente de parte de las mamás e inocentemente de parte de las niñas. Se trata de la dictadura de la moda promovida por esa maldita televisión comercial que busca hacernos consumistas y materialistas, para su gran negocio y beneficio.
En tiempos de Abdalá, alcalde de Guayaquil, fue un escándalo que una mujer negra fuera Reina de la urbe porteña. Me dirán que los tiempos han cambiado. ¡Claro! La televisión sabe muy bien hacernos dar la vuelta para que veamos como algo bueno lo que aporta grandes ganancias al negocio de la moda.
Lo de la Barbie es un comercio multimillonario: nos hacen creer que el cabello más bonito es el rubio, que la tez más reluciente es la blanca, que los vestidos más adecuados son los que ella lleva. Se impulsan las cirugías plásticas para aumentar el busto, disminuir los glúteos y remodelar el abdomen. Se multiplican las ventas de cosméticos para la piel de la cara, los ojos, las manos, las piernas… Se nos mete en la cabeza los colores de los vestidos a llevar, la forma de los zapatos que cambian regularmente. Es el gran borreguismo organizado en sus mínimos detalles: los nuevos ídolos que deforman a las mujeres con la complicidad interesada de los grandes medios de comunicación. Y no hablamos de las consecuencias nefastas en la salud, las relaciones humanas y de pareja, la dignidad de la mujer.
Esta situación no es nueva. Ya san Pedro, que era casado, avisaba en su tiempo a los cristianos: “Sean libres, pero no hagan de la libertad un pretexto para el mal… Igualmente ustedes, mujeres… no se preocupen tanto por lucir peinados rebuscados, collares de oro y vestidos lujosos, todas cosas exteriores, sino que más bien irradie de lo íntimo del corazón la belleza que no se pierde”.