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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y el ajedrez

Estos griegos son unos hijos de... ¡Licurgo!

Historias de la vida y el ajedrez
29 de enero de 2015

En un museo hay una roca tallada de mala manera, sin ningún adorno, con una frase que tiene miles de años y dice: “No necesitamos murallas: tenemos el pecho de nuestros ciudadanos”. Es en Esparta, ciudad griega de 10 mil habitantes, en medio de montañas ásperas, y con una historia que eriza la piel.

“Gente dura”. Esas dos palabras los definen. Esparta no tenía ejército. Esparta era un ejército. Si un niño nacía endeble, era arrojado por unos peñascos. No había lágrimas. Si era fuerte, era bañado en vino y desde entonces dormía en el escudo de su padre, para que le infundiese el valor del combate. A los 7 años los niños dormían sobre juncos, en dormitorios comunitarios, y solo podían volver a dormir sobre una cama al cumplir los 60 años.

Estaba prohibida cualquier forma de arte que no fuera militar. Cantos, pinturas y esculturas, debían ensalzar su condición de combatientes. Los hombres solo podían casarse al cumplir los 30 años. Y al marchar a la guerra, las esposas y madres les cantaban un himno que decía: “Trae el escudo amarrado o que te traigan acostado sobre él”. La explicación era que el escudo era del mismo tamaño del soldado y, estaba firmemente amarrado a su brazo, de tal manera que no podía arrojarlo en la lucha, si pretendía huir. De esa forma tenía que seguir hasta la victoria o la muerte. Si lo traía amarrado había vencido. Si moría, el mismo escudo le servía de ataúd.

Ese estilo de vida los hizo duros y rechazaban el lujo y la elocuencia. Como Esparta pertenecía a la comarca de Laconia, crearon el llamado estilo lacónico: es decir, el que usa pocas palabras. En alguna ocasión Alejandro Magno los venció en una batalla, les anunció que visitaría la ciudad y pidió ser bien recibido. La respuesta oficial fue: “No”.   

Y toda esta bravura empieza con Licurgo, un gobernante que propuso las leyes y costumbres más severas e implacables. Cuando algunos protestaron, Licurgo dijo: “Acepten las leyes mientras yo medito acerca de ellas. Después de que regrese, las podemos discutir y las podemos cambiar”. Entonces Licurgo se marchó a una isla cercana para dejarse morir de hambre. Nunca regresó, nunca se pudo discutir nada, y todos respetaron su palabra: las leyes quedaron intactas.

Confiemos en que esa dureza de los griegos espartanos resucite y se haga evidente ante las presiones internacionales que van a enfrentar. Ya, por lo pronto, algunos hijos de Licurgo aprendieron otra vez a decir “No”.

En cambio, los mejores sacrificios en ajedrez son aquellos en los que tenemos que decir que sí:                

1: DxT!, DxD; 2: P7T y nada qué hacer.

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