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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Estimado Varoufakis

05 de abril de 2016

Hace algunos días George Souvlis y yo publicamos una carta abierta al exministro de Finanzas griego y principal impulsor de DiEM 25, Yanis Varoufakis. DiEM 25 es un movimiento a escala europea que se propone democratizar las actuales estructuras institucionales de la UE. Más en particular, se trata de una iniciativa de sensibilización de los pueblos europeos hacia la creciente despolitización de las reglas que gobiernan la institución.

El fin inmediato es trasparentar el proceso de toma de decisiones y lograr que se adopten iniciativas innovadoras para contrarrestar la crisis de la deuda, la pobreza creciente y el tema de los prófugos. En el mediano plazo, en cambio, el movimiento busca que la Unión Europea se dote de un parlamento enteramente soberano en nombre de una democracia hecha y derecha.

Los propósitos son seguramente loables, en especial modo después del tratamiento antidemocrático y contrario a la sensatez política y económica reservado a Grecia el año pasado. Sin embargo, a través de esta carta, quisimos evidenciar algunas cuestiones relativas al movimiento creado por Varoufakis que no parecen muy convincentes y que corren el riesgo de que su actividad resulte veleidosa.

En primer lugar, DiEM 25 no ha definido de manera adecuada su identidad y la de su enemigo. No se entiende en otras palabras si la iniciativa es la sumatoria de individuos, de grupos pre-existentes o simplemente el trampolín político de Yanis Varoufakis. Por el otro lado, tampoco se esclarece con mayor clareza cuál es el enemigo contra el cual luchar: ¿las reglas de la UE, su burocracia o las élites económicas?

No se trata de una polémica estéril, sino del reconocimiento de la importancia que tienen las fronteras políticas en suscitar identificación. Este problema se ve intensificado por la ambigua convocatoria de DiEM 25. La adhesión al movimiento es abierta a personas afiliadas a partidos de todo el espectro político. Si bien la apertura hacia quienes vienen de diferentes trayectorias políticas es necesaria si no se quiere replicar la marginalidad en la cual yace la izquierda radical europea desde hace algunas décadas, tampoco se puede solicitar acríticamente tradiciones políticas que del actual déficit democrático son abiertamente responsables.

Otra vertiente de la crítica apunta hacia el descuido del Estado-nación y que supone una mala interpretación de los procesos de cambio que han ocurrido en América Latina.

Una cierta retórica nacionalista-progresista (léase nacional-popular) ha sido clave en el éxito de Chávez, Correa, Morales y los Kirchner. DiEM 25, en cambio, parece haber apostado en un espíritu cosmopolita europeísta que no tiene particular agarre entre la población del Viejo Continente, donde las diferencias culturales y lingüísticas son mucho mayores que en América Latina. Por otro lado, se desconoce que el Estado-nación pueda aún operar transformaciones significativas, ignorando otra vez el potencial emancipatorio demostrado en América Latina por las maquinarias estatales, muy a pesar de las innegables presiones ejercidas por el capital financiero internacional.

Finalmente, DiEM 25 evidencia una cierta imprecisión con respecto a su funcionamiento interno, poniendo en tela de duda la pretensión de democratizar la UE sin haber creado sólidos mecanismos democráticos dentro del movimiento. ¿Será capaz DiEM 25 de transformar a Europa? (O)

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