Los intentos del Ministerio de Educación para retornar a clases presenciales, ante el covid-19 y sus variantes como la de Ómicron, dan un giro de planes, planteando una y otra vez el “retorno voluntario a clases”. De acuerdo con cifras de la UNICEF, uno de cada cuatro niños y adolescentes han vuelto a las aulas en Ecuador, desde que se detectó el primer caso en marzo del 2020.
Según un estudio global realizado en 191 países se determino que no existe una relación entre la apertura o cierre de instituciones educativas ante la tasa de contagio. Por tal motivo se recomienda abrirlos de forma progresiva, voluntaria y segura, puesto que no representarían un alto riesgo, tomando las medidas de bioseguridad y cuidado personal adecuados.
Aun cuando el estar en clases presenciales y retornar a la virtualidad, o viceversa, se convierte en un problema de bienestar emocional, vinculado a la falta de aprendizajes en niños y adolescentes, que genera vacíos en contenidos del currículo y un desfase entre los diferentes niveles educativos.
En tal sentido, para el 72% de docentes mujeres, volver a la dinámica de la presencialidad aliviaría sus labores tanto en casa como profesionales, ante la carga excesiva de trabajo. Ya que les genera malestares psicológicos y emocionales en su diario vivir causados por el estrés laboral.
De igual manera, el reencuentro entre estudiantes y docentes preocupa; porque se estima que la mayor parte de establecimientos educativos que han vuelto a la dinámica presencial, esconden su realidad. Si comparamos que solo el 25% de estudiantes reciben un proceso de enseñanza personalizado y el restante continuo en virtualidad, nos resultaría que la formación académica es deficiente.
Finiquitando, las propuestas del Ministerio de Educación generan inestabilidad en los procesos educativos, por la falta de acogida de la población, donde la sociedad está en controversia.