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El Telégrafo

Estado y nacionalidades

04 de abril de 2012

La sociedad ecuatoriana, de manera democrática, decidió apostar por un proyecto político que transformara, en forma radical, la distribución inequitativa del poder en los ámbitos nacional y territorial.

En el Ecuador (antes del actual Gobierno) se aplicó un neoliberalismo “subdesarrollado”, es decir, dirigido por unas élites económicas rentistas que secuestraron al Estado, aunque, por suerte y por la oposición popular, no lograron consumar las extremas acciones que ejecutaron Pinochet en Chile, Menem en Argentina o Fujimori en Perú.

El Ecuador de 2006 demandaba acciones revolucionarias para recuperar lo público y devolver a la ciudadanía la confianza en el Estado y sus instituciones, debilitadas ya por una agresiva retórica antipolítica y por una serie de aplicaciones concretas que afianzaron el neoliberalismo.

El nuevo proyecto político recuperó la capacidad de planificación, regulación y distribución del Estado. Buscó un Estado con autonomía, en forma integral, ante todo, frente a los grupos de poder tradicionales. Esto se traduce en una metáfora fuerte: un Estado ciudadano.

La Constitución de 2008 dio un vuelco al modelo anterior y entendió al Estado como un todo, “fractal”, hecho de las partes en que se refleja, compuesto por los gobiernos autónomos descentralizados con autonomía política, administrativa y financiera. Un Estado que se organiza en forma de república y se gobierna de forma descentralizada.

El Estado y las nacionalidades se retroalimentan y consolidan uno a otras. Este ha sido un proceso muy difícil en sociedades complejas como la ecuatoriana que, ahora, se autodefine como “plurinacional y multicultural”. Un vector adicional: en la era de la globalización, la retórica dominante propone que los Estados nacionales se difuminen frente al poder e influencia de las grandes corporaciones, argumento que, por supuesto, les conviene.

Entonces, hay que tener mucho tino, en el discurso progresista interno, acerca de todo lo que, por la vía de la fragmentación, también ayudaría al discurso hegemónico internacional. Hay la necesidad de promover e impulsar lo local (y su organización) sin debilitar la formación del Estado nacional.

En forma amplia, el Estado nacional debe seguir construyéndose, es el espacio de lo público, es el único muro de contención que podemos poner para evitar el avasallamiento de la gente local frente a las transnacionales; la única opción para construir una matriz institucional que defina una pauta de acumulación relativamente propia, y la única posibilidad que desacelere el agotamiento de la natur

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