María Isabel es pequeña y robusta, tiene los ojos verdes y una amplia sonrisa en su rostro bronceado. Se identifica como indígena y es guía comunitaria de Subida Alta, una de las 4 comunas de la isla Puná, a donde nos dirigimos en este feriado.
Es la primera vez que visito Puná, lo que no es casual. Habla del olvido impuesto por el coloniaje para borrar los referentes de nuestra memoria. Puná fue tan olvidada por el poder local y central que, pese a su cercanía con Guayaquil, recién en 2010 le llegó la luz eléctrica y en ese año el Presidente de la República fue el primero en visitar la localidad, según nos lo cuenta don Hugo, mientras almorzamos en su pequeña cabaña.
A don Helio, esposo de María Isabel, le conocimos en el trayecto. Él es pescador y transportista. Su familia parecería pulsar el cambio de la isla en la última década, gracias a una política pública orientada a impulsar la incorporación del turismo a las actividades tradicionales de pesca y recolección de mariscos, agricultura de autosubsistencia y cría de ganado caprino y vacuno.
De ahí que hoy, él también se dedique a la guianza natural y, junto a su hija adolescente, sea el que nos transporte de Posorja a Puná en su lancha de fibra, por la ruta de los delfines pico de botella y los islotes de roca nevados de guano, en donde se concentran centenares de pelícanos, cormoranes y fragatas y desde donde se divisa, a lo lejos, la ‘Isla de los Pájaros’, uno de los santuarios de aves más importante del Pacífico.
Llegamos a la comuna Bellavista y de ahí vamos en carro por la anchísima playa rumbo a Subida Alta. En el trayecto vemos la basura acumulada en el resguardo de la playa de Bellavista, proveniente del Golfo de Guayaquil y de los barcos que botan sus desechos al mar. Es la viva imagen de la periferia afectada por los fenómenos estructurales del centro, que claman por una solución integral.
En Subida Alta caminamos al mirador construido por el Ministerio de Turismo, desde donde disfrutamos de una hermosa vista al mar. Conversamos con María Isabel sobre la historia de Puná, su resistencia heroica a la conquista española, incluido el éxodo masivo, gracias al cual habría persistido su población nativa.
Mientras recorremos su playa atestiguando las huellas de su origen volcánico, le comento que a la oferta turística le faltaría incorporar la memoria histórica y patrimonial de la localidad. Ella, por su parte, nos habla entusiasta de la Ruta de los Ceibos en Campo Alegre y del Festival de la Chirimoya que se realiza cada junio. Quedamos con ganas de volver.
María Isabel nos cuenta que su familia pasó en esta década de la lancha de madera al bote de fibra y ahora se apresta a manejar una embarcación tipo yate para 25 personas, ampliando su emprendimiento familiar con un préstamo del Banco de Fomento.
Sus ojos brillan llenos de esperanza y fe en el futuro, pese a que sabe lo mucho que aún falta por hacer para desarrollar un turismo integral -natural, comunitario, histórico y patrimonial- en una de las islas más grandes y emblemáticas del país. (O)