Hay espectros que no se explican con la razón, aun cuando podemos constatar que tienen cuerpo, agua, tierra, aire y vida. Son espectros sin imagen, imposibles de refractarse porque su esencia es etérea y su medida es cósmica. No se miran, no están afuera, solo provocan una emoción titiritante.
Sentimos el espectro de nosotros como algo tibio, abrigador, sensación arcillosa que siempre recorremos acompañados de la gravedad. El lugar del agua lluvia, de los colores naturales, del horizonte que nos orienta, donde amanece y anochece; la perspectiva desde donde tejemos las incógnitas y la cosmogonía.
Su valor intrínseco, intemporal y puro, deviene de su capacidad de alumbrar, de multiplicar vida y de referir el lugar de pertenencia. Nuestro espectro es la Patria, un ser no ser, vientre que nos contiene. Ella es el amor inagotable por nosotros mismos y todos los demás.
Para 600 millones de seres humanos que habitamos desde México hasta Argentina y Chile, Nuestra Patria es América Latina. Nosotros somos sus células, la materialización, su sangre, su ADN, su vida, su sentido y su relato; somos la verdadera e imbatible unidad y fuerza, que se logra cuando las fibras tejidas, aunque individualmente débiles, constituyen un textil indestructible, informe, espectral e indescifrable. Si un pedazo es herido, sufrimos un dolor inmaterial, dolor de alma.
Amamos a América Latina, unos con más conciencia que otros, porque sencillamente nos define. Más allá de las añadiduras culturales de cada tiempo histórico, somos, a pesar de todas nuestras cadencias y bamboleos, una sola e inconmensurable realidad cultural matizada a partir de la semilla aborigen: hablamos la misma lengua, creemos en la trascendencia de la vida y estamos mimetizados con los montes, mares y ríos enérgicos.
Por qué no pueden entender que América Latina existe. Por qué no pueden comprender que somos una parte buena del mundo, que se quiere unida, autodeterminante y en paz, no solo para nuestra trascendencia, sino para la trascendencia de todas las comunidades vivas del planeta.
La eterna derrota de quienes nos acechan, radica en su incapacidad de comprendernos como cultura y comunidad creadora, siempre en movimiento dentro de una esencia. No sienten nuestra luz espectral, solo alcanzan a ver la imagen engañosa, virtual y ambiciosa de una mina, que los tienta desde las sombras. (O)