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El Telégrafo
Maria Paz Jervis

Espacio público invivible

12 de octubre de 2020

En el Ecuador, tenemos una relación muy reñida entre la ciudadanía y el espacio público.

La noción de espacio público, según lo explican la filósofa alemana Hannah Arendt y posteriormente su colega de la misma nacionalidad Jürgen Habermas, se remonta a la Grecia Clásica. La consolidación de la democracia se da en torno al surgimiento de las ciudades-estado. Y justamente es en el Ágora (las plazas) de las ciudades-estado en que asisten las personas para discutir y acordar lo público. La noción de lo público y lo privado también se configura ahí. Entendido lo primero como aquellas circunstancias comunes, lo cotidiano, lo libre; y en cambio se entiende a lo privado, como el espacio de la reproducción, de lo oculto.

Desde entonces este concepto ha ido evolucionando de manera significativa conforme a lo tiempos. El crecimiento poblacional y urbanístico de los pueblos ha llevado a que se mire el espacio público como un derecho geográfico asociado a la libertad y como consecuencia de habitar en comunidad, donde quizás ya no se deciden como en la Antigua Grecia de democracia directa los grandes temas, pero donde se reflejan el sentir artístico, cultural y político de una ciudad en acceso igualitario. En Grecia, el espacio público no era precisamente democrático, era exclusivo de las élites.

La evolución del concepto de Estado y democracia, ha calado con fuerza en el desarrollo político y jurídico. Pero lamentablemente el desarrollo urbanístico de América Latina y específicamente del Ecuador durante finales del siglo XX y con mayor fuerza lo que llevamos de siglo XXI ha sido más bien atropellado e improvisado, afectando también al desarrollo del espacio público.

Durante la década pasada se asumió con mucha fuerza el discurso político de reivindicación del espacio público como un ejercicio de “apropiación” de la ciudadanía para no dejar así a las élites como actoras exclusivas de este bien común. Además, se cuestionó mucho los efectos del crecimiento urbano y la extrema securitización de las ciudades que amurallaron las viviendas de las clases más favorecidas y nublaron aún más el espacio público. Pero ese discurso, como otros, caló fuertemente en el país y no incorporó la consecuencia lógica que conlleva todo ejercicio de derecho: la obligación.

Apropiarnos del espacio público implica poder gozar del mismo y cuidarlo, respetarlo y preservarlo. En general, en el Ecuador la ciudadanía no respeta el lugar del otro sea un ciclista, campista, transeúnte, inclusive al otro vehículo que transporta personas.

Este fin de semana, como muchas otras personas que vivimos en la serranía ecuatoriana, visité el Parque Nacional Cotopaxi. Después de tantos meses de encierro, era una salida muy esperada. El paisaje majestuoso del volcán sosegó de algún modo el excesivo número de visitantes que no respetaron las reglas mínimas de distanciamiento, que intentaban arrebatar el mismo espacio donde algunos ya estábamos sentados y que burlaron los horarios establecidos.

La ciudadanía responsable es vital en el ejercicio de lo cotidiano, de lo común de lo de todos. Si no es así el espacio público resulta invivible.

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