Es probable que las siguientes líneas me hagan acreedor al título de odiador (por quienes son apasionados). Soy académico movido por la verdad, y eso me basta para correr el riesgo de ser adjetivado así.
En una ocasión, un jurista me dijo: “los políticos no son nuestros amigos ni pretenden serlo”; complementando, agregaría que no son “todos los políticos”. Pero, debo reconocer que tal sentencia está amparada por la verdad; basta ver nuestra historia. Poco útil sería seguir reflexionando en ella, porque ya no se la puede cambiar, y no nos permite enfocarnos en trabajar a mejorar el presente y fijarnos un futuro prometedor. No obstante, y sin ánimo de ser pesimista, parecería ser que a ratos nuestros representantes se toman “tan a pecho” que no estamos unidos por lazos de amistad, que se permiten ser más proclives a gobernar para inflar su ego, descuidando así el estilo de gobierno, mismo que, desde la ciencia política normativa, debe llevar a cristalizar resultados que resuelvan las problemáticas sociales y, en definitiva, a cambiar en positivo la vida de la gente. Aunque, de paso, para pedir “el voto”, “la cosa cambia”.
Veamos este caso: días atrás un periodista fue crítico con la conducta -en el ejercicio del cargo- de la autoridad de un puntual Gad Cantonal, a raíz de una decisión que tomó sobre el tránsito en motos, manifestando: a) tal decisión ya la tomó tiempo atrás y no funcionó; b) han existido asesorías ciudadanas de política pública en ese tema y no se escuchó ninguna; c) hay escuchas pero al parecer solo a quienes le susurran al odio que “todo está bonito”; y, d) es incomprensible que busque administrar desde la imposición y el castigo.
Nos preguntamos, ante similares escenarios: por qué no se asesoró mejor… y tal vez respondemos: eso pasa cuando no se da oportunidad a quien busca vivir “para la política”, y no “de la política”. Me pregunto: será que existen escuchas condicionadas a las lisonjas, o, indiferencia al electorado. Contéstelo usted.