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El Telégrafo

Esa palabra bendita…

04 de mayo de 2011

La evocación lírica se expresa de diferentes maneras, en el entramado de la cotidianidad que aturde y mueve al hombre.

El paisanaje  cubierto del verde espesor, el silbido del travieso jilguero, los juegos iniciales de la infancia, las miradas coquetas en edad adolescente, la bohemia con mirada nocturna, los alaridos de los amantes ante la fascinación de la blancura lunar, el destello del primer amor agitado por mariposas invisibles, las ilusiones de navegantes sin rumbo fijo, la miseria observada en la comercialización de rosas por querubines del tercer mundo, la injusticia reflejada en batallones de desocupados implorando el derecho al pan, las contradicciones evidenciadas en nuestro país imaginario, el relámpago que asusta y estremece tras la ruptura matrimonial, la sombra del desamor rondando por las callejuelas de nuestro desvarío existencial, el piélago extendido en la memoria de piratas asesinos, el abrazo materno que nos devuelve la esperanza, la ausencia del beso eternizado en el tiempo, la muerte como prólogo del dolor y el desconsuelo, el cielo con el azul eterno, el sexo haciéndole el guiño al placer de cuerpos ardientes, la carretera polvorienta simbolizando la añoranza de los años recorridos, el abuelo entretejiendo desde lo real-ficticio historias de personajes y hechos deslumbrantes, la abuela cariñosa bendiciendo el futuro de sus descendientes, la dama hermosa desnudándose apartada de reservas -al filo de la libertad-, son, entre otros, elementos poemáticos, susceptibles de un manejo idiomático que nos acercan a la estética escrita, que nos aproximan a la belleza de la palabra perdurable.

El poeta escudriña -en los intersticios vivenciales- un discurso que no se desentiende del impulso rítmico y de la evocación de los sentimientos profundos. Se revela en cada código poético una carga transparente que desencadena en nuevas lecturas, a partir de la idea esencial. Es un círculo vicioso y concéntrico desde el cual emergen renovadas miradas por el cómplice lector/a.

El verso contiene la huella personal del vate. Es la exploración del todo y de la nada. Es la sistemática mirada del mundo en sus formas disímiles y contradictorias. La poesía forjada con el barro que usa el alfarero supera el lugar común y el adorno innecesario. Para ello, es valioso recurrir a la técnica que demanda el verbo. 

“Hay muchos modos de abordar la poesía”, dice Gabriel Celaya. Esta es mi particular apreciación respecto de la palabra bendita.

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