Siete mil millones de personas quedaríamos indiferentes si mañana nos contaran que ha sido borrada del mapa toda la burocracia de las Naciones Unidas. Pero si la noticia fuera que no habrá Campeonato Mundial de Fútbol, el planeta entraría en shock. Cuántos negocios a la bancarrota. Cuántas alegrías nacionales por el suelo.
A propósito, un periodista español decía que “Se equivocan quienes piensan que el fútbol es asunto de vida o muerte: es mucho más que eso”. Es cierto. El fútbol también es cuestión de suprapoderes y de mafias internacionales que virtualmente nos patean a todos, incluyendo a algunos presidentes de naciones importantes. Por ejemplo, para evitar más violencia y muertes de aficionados, Brasil había prohibido el consumo de licores en los estadios.
Pero el señor Blatter, Supremo Pontífice de las Pelotas, se reunió con la Señora Presidente Dilma Rousseff y de manera inmediata la medida quedó anulada. En el mundial se podrá beber en los estadios, todo lo que la gente quiera. No en vano uno de los grandes auspiciantes del mundial es una multinacional de bebidas alcohólicas. Salud, por esa patada recibida en el área chica.
Cuando le preguntaron al Pontífice anterior, Joao Havelange, si él era el más poderoso dirigente de la tierra, respondió: “He sido invitado por Yeltsin varias veces. Me busca el presidente de Polonia. En Arabia, el Rey Fadh me trata como si yo fuera el rey. Cuando estuve en Roma, el Papa Wojtyla me llamó 3 veces. Yo manejo más países que las Naciones Unidas. Saque usted sus conclusiones”.
Esta religión no mueve tanto dinero como las otras, pero la cifra es respetable: trescientos mil millones de dólares al año. Por eso, los arqueólogos del futuro, dirán que en nuestra época las iglesias eran cada vez más pequeñas, ante la ausencia de fieles, pero surgió una nueva fe con estadios-templos para decenas de miles de creyentes.
En fin: Eduardo Galeano dice que el fútbol es la religión que no tiene ateos, pero yo estoy a punto de serlo. Quizás así encuentre el camino de la salvación terrena. Aunque seguro, en algún momento, ante el síndrome de abstinencia, caeré en la tentación de rezarle, a ratitos, al dios Pelotas y no me perderé un partido de nuestra selección.
Dicen que el mundo del fútbol está tocado por la corrupción y las mafias que arreglan partidos y definen campeonatos. Casos se han visto. Por eso, el día que la final del Campeonato Mundial de Fútbol, se pueda jugar sin árbitro, solo entonces, podría creer en la honestidad del ser humano.
En ajedrez, podría ser. Acá no es cuestión de mafias ni patadas, ni árbitros comprados. Es la inteligencia limpia.