En la reciente película de Marvel Studios ‘Dr. Strange en el multiverso de la locura’; tanto al principio como al final del filme, el tema de la felicidad cobra protagonismo. En la última parte, hay un diálogo entre el Dr. Strange y Wong, el hechicero supremo: ¿Eres feliz?, le pregunta el Dr. Strange. La contestación que da el hechicero supremo es afirmativa pero implícita -parafraseando-: estoy agradecido con esta vida, incluso con sus tribulaciones. Y creo que ambos dan a entender que ni se sufre solo, ni tampoco son los únicos que sufren.
Las siguientes líneas recogen una visión del tema que he mencionado, sin pretender apuntar a representar la verdad absoluta. Eso sí, las líneas próximas simbolizan, en parte, los años de vida que este columnista ya lleva, y contando, así como los azotes y las experiencias que la ‘universidad de la vida’ va dejando a lo largo de mi peregrinar terrenal.
Para intentar contestar la interrogante, resulta elemental el conocer lo que implica el término ‘felicidad’. Según el Diccionario de la Real Academia Española, dicho término cuenta con tres acepciones:
- Estado de grata satisfacción espiritual y física;
- Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer (sic) feliz;
- Ausencia de inconvenientes o tropiezos.
Si busco la discrepancia, entonces asevero que no comparto con la tercera acepción, dado que la ausencia de dificultades en esta tierra es desigual a lograr ser feliz. De hecho, lo considero peligroso debido a que, estimo que quien indique que carece de situaciones problemáticas emana olor a que: “vive sola o solo”; “prefiere la vida aislada y ‘da la espalda’ al compartir en comunidad”; o, inclusive “le pegó al gordo” (se ganó la lotería) y buscó nuevos rumbos fuera de su patria, quizá para alejarse de sus conocidas y conocidos, aunque atrayendo a “las y los amigos de lo ajeno”. Si busco la coincidencia, sugiero reflexionar en ‘satisfacción’ que equivale a lo que ‘llena’ o ‘permite realización’, y no hay nada más que sea vital en materia de ‘ser feliz’ que iniciar por prestar atención a la salud mental, emocional, y la salud espiritual, y, consecuentemente la salud física. Consecuentemente, la felicidad se deja conocer, y, una vez conocida, para no abandonarla implica predisposición e identificación de ‘lo que se tiene’ y de ‘lo que no se tiene’, para valorar, apreciar y sentirse especial por lo primero y para regocijarse frente a lo segundo. Esto último resulta ser paradójico y algo denso para comprender; lo explicaré más adelante.
Damas y caballeros, siempre lo he dicho: contestar a la interrogante ¿Eres feliz?, es complicado, así como igual de complicado es brindar una noción del término felicidad. Por el contrario, es muy sencillo calificar escenarios, sea si es de tristeza o si se trata de falsa felicidad al momento de enterarnos de cuadros vivenciales como los siguientes:
- “La persona ‘A’ afirma que preferiría estar en Manhattan (EE.UU.) llorando (por una determinada situación que le afecte) que en el sur de Guayaquil (Ecuador) llorando”. Detalle: los extremos; una localidad extranjera donde el costo de vida es sumamente alto, frente a una zona urbana donde el costo de vida no es costoso.
- “La persona ‘B’ asevera que el dinero da tranquilidad y que es el paso indispensable, básico y necesario para ir construyendo felicidad”. Detalle: para ‘B’ el recibir una remuneración fija mensual de más de 4000 USD es “poca cosa”
- “La persona ‘C’ vive/genera “un infierno” al interior del bien inmueble donde reside (a más de su cónyuge, mantiene relación con otra persona a la cual supuestamente ama; en su trabajo se inclina por el camino opaco para así hacer sus “movidas chuecas” y obtener el mayor beneficio posible; y, prácticamente toda su descendencia transita por incorrectos pasos, aparte de que solapa sus sinvergüencerías convirtiéndose en cómplice/confidente), pero fuera de su hogar decide actuar, al punto de esgrimir que tiene lo que toda persona desearía tener: sumas de dineros suficientes para cumplir con obligaciones (deudas) y para “darse” algunos “lujitos”, un matrimonio donde su pareja es su adoración, e hijas e hijos a los que ha impartido e imparte buen ejemplo”.
Interesante se vuelve conocer qué ocurre en la persona que relaciona la felicidad con las posesiones (el tener, siendo el dinero el primer escalón), con la deshonestidad (para conseguir beneficio personal o para terceras o terceros), o con el poder (sea, por ejemplo, mediante su actuación antiética en la posición laboral en la que se encuentre): transita a “vivir” identificando vacíos que pretende llenar con “más ansias de…”, convirtiendo así su existencia en un círculo vicioso, un bucle infinito donde lo que creía era “el paso” para la felicidad, termina siendo “el paso” para la dependencia de lo foráneo y encontrar quietud: vacíos pesan, la tranquilidad se vuelve la gran ausente, el ego llega a sitiar a la persona, el conflicto es “el rey”, y, lo más triste es que con ese ritmo de vida que lleva empuja a las demás personas de su entorno a caminar por el mismo sendero. ¿Impensable? Bueno, veamos cuántos millonarios(as) afirman ser felices, pero usted los observa e identifica que la salud de aquellas personas es incongruente con el pensar de quien observa. Es decir, visualizamos y pensamos: esa persona no tiene ningún problema, vive feliz y lo tiene todo. Pero basta interactuar con ellos(as) tan solo unos segundos para detectar que su estado de salud no es de los mejores (quizá su capacidad para expresarse se ha reducido, o su nivel de razonamiento es limitado, o, como dice mi madre: “ya no coordina ni presta atención porque está ido(a)”). Es más, inclusive caemos en comparar a quien hemos visto con personas de edad avanzada con una realidad absolutamente diferente, y decimos: “… pero Don Juanito que es carnicero tiene como “ochenta y pico de años y “está parado”… él está más sano que yo”, y eso que ese señor vive sólo de su negocio de venta de carne en el mercado y nunca se afilió al Seguro Social para que hoy reciba pensión jubilar. Pero a quien saludé antes, a quien muchos conocen que tiene toda la comodidad que se pueda imaginar “está abollado(a)”, y hasta tiene dificultad para desplazarse solo(a)”.
A lo largo de mi vida he “aprendido” (entre comillas, ya que reconozco que la inmadurez golpea y que el esbozar que se ‘ha aprendido’ es una falsedad y conlleva a adoptar un rasgo propio de quienes actúan bajo la hipocresía y la arrogancia); preciso: he conocido que la felicidad no consiste (como muchas personas piensan) en lograr lo extraordinario (como viajar a la Luna, o quizá entrar a la política y ganar una elección…). ¡No! Sí consiste en tomar la decisión de ser feliz, de una construcción permanente de vida, tratando de contar con materiales necesarios para dicha construcción como la alegría y el optimismo (no de fantasía, que es distinto), más aún cuando el panorama se torne turbulento. Hablo de una posición nueva a ocupar desde donde la persona logra ser la constructora de la felicidad misma, optando, por dar un ejemplo, por la serenidad, la ‘cabeza fría’ y enfocarse en la estrategia para la solución frente al conflicto o al error, y ya no eligiendo la ira, la precipitación y la frustración. ¿Cómo? Reconociéndose y reconociendo. Reconociéndose que hay defectos, que hay aspectos de personalidad que se deben mejorar (impaciencia, prepotencia, perfeccionismo, elección por los extremos, desequilibrio…), y que, al estar con vida, aún hay oportunidad de enmendar y avanzar hacia el progreso personal. Y, reconociendo que ‘lo que se tiene’ (tanto cuantitativa como especialmente cualitativamente hablando) muchas otras personas lamentablemente no lo poseen, y, por lo tanto, es el motor que genera felicidad: la familia, quizá no tan numerosa o “incompleta”, pero unida; el estado de salud física; tal vez con inconvenientes financieros pero con libertad. Solo así ‘lo que no se tiene’ se convierte en motivo de regocijo, dado que casi siempre aquello implica: dinero mal habido, o dinero en exceso para presumir, o un plaza de empleo que más produce líos que emociones positivas, por ejemplo. De esa manera, se puede visualizar que es imposible buscar hacer feliz a una o muchas personas si no se trabaja (en uno) para “poner la primera piedra” de la construcción de la felicidad.
Siendo confidente, debería ser feliz con aquella dama que Dios me concedió como madre (la mejor, quien ha dado su vida entera, y a quien, pese a amarla, rara vez lo manifiesto), y con la familia que me “dio prestada”, y que adoro enormemente; con el estado de salud que poseo y con los grados académicos que a la fecha ostento y con los que se vienen, si el buen Dios lo permite; y con la filosofía de vida que intento aplicar: tener la cantidad de dinero ne-ce-sa-ria para vivir con dignidad, alejándome de perseguir tener mucho, o, tener y tener y tener. ¿Soy feliz? Un sí rotundo, que, a ratos, no lo es tanto, pero no porque no lo sea, sino porque, sinceramente, no me la creo. ¡Un señor problema!
Intento que con mi ejemplo de vida usted reflexione. ¡Hay que creérsela, y ya! Les digo algo, no envidio a quien tiene fortunas, a quien ganó una elección popular, a quien tiene propiedades tal vez heredadas o que las adquirió producto de su trabajo honesto, pero que ni teniendo más de 100 años podrá disfrutar. La sociedad ha impulsado a creer que todo se reduce al tener, al poder y al placer, donde el ser humano ha sido desplazado de la reflexión.
Ser feliz demanda de ese ‘permitirse’ serlo, y de identificar que lo que tenemos es motivo suficiente para serlo. El deseo, o inclusive el anhelo es insuficiente. Básico, sí, la voluntad. Necesario el evidenciar que podemos ser felices con lo que ya tenemos. Camino a lo suficiente es el creerse que es posible.