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Dependiendo de una serie de imponderables en el entorno, la sumisión y la rebeldía pueden ser virtud o defecto. Por ejemplo, ¿qué pasaría si nos rebelamos ante la Ley de Tránsito? Es un tipo de ley al que hay que ser sumisos, o si no la mortandad sería catastrófica.
Durante siglos el cristianismo propugnó la sumisión al poder eclesiástico como una virtud, desconociendo que su ícono y fundador había muerto en una cruz, entre otras cosas, por haberse rebelado ante ciertas normas y leyes farisaicas, es decir, de la iglesia de su tiempo. A nuestros héroes de la independencia los veneramos por ser rebeldes. Al rebelarse contra los romanos y los fariseos, Jesús de Nazaret fue sumiso ante el incuestionable mandato de su conciencia.
Cuando Marcela Aguiñaga, tal vez intentando una aclaración a algo dicho en una entrevista, habla de ser “sumisa una y mil veces si se trata de reivindicar los derechos de la mujer”, aunque la construcción no sea de lo mejor y el oxímoron patine un poco, sabemos de lo que está hablando. Y sobre todo quienes la critican saben a ciencia cierta lo que quiere decir. Pero, como ya es costumbre en este país, se arma el escándalo correspondiente, y con un cinismo digno de mejor causa llueven críticas que quienes las profieren saben que solamente pueden resultar efectivas desde la mala fe y la tergiversación. Porque, si nos ponemos a ver, ser rebelde y ser sumiso no son más que los dos extremos del mismo ovillo de lana.
Una mujer que se rebela ante el machismo, de alguna manera es sumisa ante los postulados feministas. El mismo Jesús, rebelde ante lo establecido, es, según la religión, sumiso ante la voluntad del Padre Eterno. Al igual que su madre, al someterse a la voluntad divina y simultáneamente rebelarse ante los juicios del mundo.
Todas estas personas y medios de comunicación que arman un escándalo barato ante la frase, quizá no tan afortunada, de Aguiñaga, en el fondo son sumisos: sumisos al mandato tácito de no dejar pasar una; sumisos al acuerdo de silenciar la enormidad de lo bueno y de fijarse hasta en el más insulso detalle que se pudiera considerar un error.
Sumisos a la oposición orquestada cuyo lema es no dejar vivir mientras sea posible. Sumisos ante su propia mala leche y la infinidad de recursos y normas que siguen propugnando el cinismo y la artería como la mejor estrategia en una lucha que debería ser ideológica, y no esa burda demostración de cómo el odio y la más enfermiza mala fe pueden poblar el corazón humano. (O)