Se cree que toda virtualización supone un abaratamiento en costos. La educación, por ejemplo, poco se ahorra en su patrimonio fundamental. El espíritu de la enseñanza no son las aulas o la infraestructura sino la calidad formativa de los docentes, sus comunidades académicas, su investigación y la seriedad de sus programas. Si se deja de pagar temporalmente el mantenimiento de unas instalaciones, habrá poco ahorro.
La formación de grado y posgrado de docentes y administrativos, conseguida con becas públicas o privadas, o pagada por sus titulares no fue un regalo. Costó y mucho, en dinero, esfuerzos, sacrificios y vocación. Toda educación cuesta. Estos profesionales elaboran los programas formativos, los sílabos académicos, las mallas curriculares y las convocatorias, los egresos y las graduaciones.
A finales del s. XVIII y principios del s. XIX aparece la “educación por correspondencia” en Europa y los EE. UU. Luego se extendería por todo el mundo occidental, aterrizaría en la formación universitaria y se convertiría en una opción democrática, accesible y eficaz para masificar el conocimiento. Hablamos de 1770 a 1830, aproximadamente, fechas que coinciden con la Revolución Francesa, las Independencias Estadounidense y Latinoamericanas, y de más de dos siglos de evolución en el acceso a los saberes. Ese es el tránsito de las edades media y moderna a la actualidad contemporánea.
Mientras la edad media cambió a la moderna con la invención de la imprenta en 1440 y el estallido provocado por las nuevas formas de acumulación y transmisión de los conocimientos, la universalización de la educación consiguió su mayor impulso histórico justo en la ilustración europea y luego con la industrialización.
Así como la educación por correspondencia inspiró las sucesivas formas de educación, la pandemia ahitó una progresiva despersonalización en la educación. La enseñanza es un organismo vivo. Nace, crece, se reproduce y agoniza si se niega a cambiar. (O)