Las clases sociales dominantes de Guayaquil y Quito han potenciado históricamente la regionalización para crear campos territoriales y medir fuerzas con el propósito de definir el reparto de espacios nacionales de poder, fácticos o gubernamentales. Uno de los recursos para legitimar la regionalización ha sido la construcción de determinados relatos sobre la independencia, que no solo hiperbolizan las acciones, sino que se afirman sobre la comparación: los de Quito sostienen que fueron los primeros en proclamar la independencia en 1809, ante la indiferencia de los de Guayaquil. Los de Guayaquil señalan que fueron no solo capaces de declarar la independencia en 1820, sino que además concibieron un proyecto político propio que fue limitado por Bolívar. Y agregan que finalmente fueron sus fuerzas las que permitieron consolidar el triunfo definitivo contra las huestes realistas el 24 de Mayo de 1822. Ambos relatos funcionan como recurso político de fracciones regionalizadas, y sus argumentos desconocen deliberadamente o inconscientemente elementos del proceso y el contexto de las independencias.
Lejos de lo que se cree, fracciones de criollos de Guayaquil y Quito tejieron relaciones primero contra el poder chapetón y luego para instaurar gobiernos autónomos, aunque no independientes. En 1807 Vicente Rocafuerte protegió en su hacienda de Naranjito a Juan de Dios Morales, quien jugó un importante papel el 10 de agosto de 1809. Ambos hablaron sobre la organización de sociedades secretas. En 1809, varios guayaquileños de la élite, entre ellos el comerciante Jacinto Bejarano, se aliaron a los movimientos autonomistas de Quito, y fueron perseguidos por el gobernador Bartolomé Cucalón.
Uno de los antecedentes del proceso independentista fue la centralización desarrollada por los reyes españoles borbones, lo cual disgustó sobre todo a los criollos; otro suceso importante fue la invasión de las fuerzas francesas a España en 1808 y el virtual secuestro del Rey español. El Rey no era para los hispanoamericanos solo una persona, sino una institución alrededor de la cual se organizaba el vasto imperio. Por ello, los movimientos políticos que se desatan después de 1808 fueron fidelistas y buscaron en la autonomía una forma de enfrentar a la bota francesa. Posteriormente a 1812, cuando se aprobó la primera Constitución del mundo español, la complejidad fue mayor, porque al mismo tiempo que se creaba un imperio monárquico constitucional, se abría la rivalidad con los peninsulares por la cuota numérica de diputados americanos que integraría el nuevo poder legislativo. En esta época se dio un hecho importante que pocas veces se memoriza, la declaración del pacto solemne y creación del ‘Estado de Quito’. Para entonces era innegable que, fruto de la amalgama entre una identidad americanista e ideas ilustradas liberales, se abrieron los pétalos de una flor.
En 1814 las fuerzas se desataron, porque el Rey español retornó trasnochado y desconoció la Constitución. Para entonces, Hispanoamérica recibía el impacto de la economía capitalista industrial que presionaba para convertir a estos territorios en productores de materias primas y mercados consumidores de productos europeos. Como se ve, las independencias fueron producto de una flor y un ideal, pero también de la llegada de factores económicos externos. Nada se puede entender sin conocer la historia del capitalismo. Sin embargo, el calendario histórico da la vuelta y regamos cada año el jardín de la soberanía. (O)