A medida que pasan las semanas y los meses, la situación venezolana parece haber entrado en una especie de estancado callejón sin salida. A estas alturas, parece claro que la decisión de la Asamblea Nacional venezolana de encargar el gobierno al presidente Guaidó estuvo guiada por un cálculo estratégico incompleto y tal vez en exceso optimista.
Es verdad que el interinazgo ha reavivado la movilización de la oposición venezolana, ha galvanizado la solidaridad internacional y ha puesto más presión institucional sobre las organizaciones fundamentales del régimen bolivariano.
Sin embargo, la movilización ciudadana termina desgastándose cuando no logra sus objetivos en un plazo razonable. Es muy difícil pedirle a la población civil que mantenga a largo plazo su militancia callejera y la moral tiende a decaer cuando no se ven resultados concretos. Es necesario reconocer que el gobierno de Maduro ha sido mucho más hábil que lo que se podía presuponer.
Ha dejado pasar la ola, ha reafirmado sus apoyos internos, ha evitado confrontar directamente y provocar con medidas temerarias, tanto a los Estados Unidos como a la comunidad regional (incluso la peligrosa presencia de militares rusos, ha pasado sin mayores consecuencias) y ha dejado que el gobierno interino se vaya desgastando en gestos y gestiones que pierden fuerza progresivamente.
El chavismo ha demostrado su firme control de las Fuerzas Armadas y ha dejado en evidencia que estas últimas no tienen ningún incentivo real para romper filas y plegarse al gobierno de la Asamblea. De manera astuta y perversa, el régimen ha conseguido hacer a los militares tanto cómplices como beneficiarios del sistema de prebendas y poder construido en los últimos veinte años. Por otra parte, parece claro que la oposición civil no tiene incentivos claros y confiables que ofrecer a los eventuales disidentes.
De esta forma, el interinazgo empieza a mostrar señales de agotamiento y debe urgentemente hallar forma de refrescarse. (O)