Gracias a Dios, tengo una nueva oportunidad de dirigirme a ustedes. He considerado pertinente destinar estas líneas para insistir en parte de lo dicho la semana pasada; y para compartir mi reflexión sobre los días transcurridos, bendito Dios.
Reiteración: bajo la atmósfera del covid-19, probablemente usted, en su círculo cercano familiar o de conocidos, ha sido testigo de ese adelanto terrenal de alguna persona; si es así, quien escribe y quienes somos personas de buena voluntad: sentido pésame. No es sencillo afrontar una pérdida humana. Y, más que aseverar acompañar espiritualmente a quien atraviesa una situación llena de llanto, dolor y tristeza; expresar el ofrecimiento de elevar plegaria a Dios para que aquellas almas, a la brevedad, sean beneficiadas del verdadero tesoro, el cual, creo, todos anhelamos: contemplar a Dios en eterno presente.
Reflexión, como creyente: por pura bondad de Dios, quienes aún vivimos, hemos tenido la oportunidad de “hacer nuestro” con mayor intensidad (debido al confinamiento obligatorio y responsable, ergo anhelo que dimos mayor tiempo para nuestra salud espiritual) este tiempo Cuaresmal 2020, único y especial, distinto a los demás; lapso de profunda preparación para el tiempo Pascual. Pero, ¿Por qué es particular? Bueno, varios aspectos ya mencioné en la entrega anterior, y podría abonar tan solo que, al igual que Jesús pasó 40 días en el desierto, nosotros (salvo excepciones irresponsables) hemos tenido que quedarnos en casa, para: valorar lo que hemos tenido y tenemos; repensar en dónde ha estado nuestro tesoro: o en Dios, o fuera de Dios, no hay grises; y, el evaluar qué tanto nos hemos “golpeado el pecho” en “las plazas” mientras que hemos actuado casi siempre buscando “nuestro bien” e ignorando y a veces “hundiendo” a quien necesitaba “una mano de hermano en la fe”.
Conveniente meditar: Jesús, el Domingo de Ramos, la Crucifixión… (O)