La Universidad Central acaba de arribar a su 367 aniversario, y lo hace de frente a logros importantes, pero también a retos que desafían al conjunto de la academia ecuatoriana. La “sede de la razón” surge en 1651, en los claustros de monjes jesuitas y dominicos que se habían instaurado en la colonia; posteriormente adviene la secularización y luego la etapa republicana.
La Central, como habitualmente se la conoce, ha estado atada a la vida política e institucional de este país: desde Eugenio Espejo, quien se formó en sus aulas, enseguida su activa participación en los procesos independentistas, así como su innegable incidencia en la formación del propio Estado nacional en sus ya 200 años. El pensamiento universitario de Alfredo Pérez Guerrero, Manuel Agustín Aguirre, la Reforma de Córdova y la constitución de un movimiento estudiantil politizado, marcaron su rumbo en las últimas décadas del siglo XX. La universidad ha definido el tipo de profesional que sale de sus aulas, así como el pensamiento que se genera y enseña en ellas.
El saber y el poder, pero también el saber y la resistencia han constituido una dialéctica constante que ha signado su vida académica. Ha tenido una vida azarosa, pues ha sido clausurada en innumerables ocasiones, desde la clausura de Carlos III, pasando por la de García Moreno cuando fuera presidente -aunque antes fuera su rector- hasta la clausura reciente de la dictadura de Rodríguez Lara, que duró varios años. Estos cierres han tenido que ver con la amenaza que el poder veía no solo en la movilización y resistencia de sus estudiantes, sino sobre todo en la generación de un pensamiento crítico.
Hoy la universidad, dirigida por la visión académica y humanista de su rector, Fernando Sempértegui, ha logrado la creación de nuevas facultades y carreras; ha mantenido una sostenida y generosa oferta académica de pregrado; ha incorporado a docentes con títulos de doctorado, pero también los está capacitando; ha fortalecido numerosos programas de posgrado y vinculación. Los retos son múltiples y tienen que ver con la investigación, la desburocratización, el perfeccionamiento académico, la equidad de género y minorías, y por ello mismo las reformas a la Ley de Educación Superior son urgentes. Podemos afirmar que, sin temor a equivocarnos, como dice su lema, “en el tiempo y el espacio tu nombre sonará, Universidad”. (O)