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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

En defensa de una tercera opción

06 de octubre de 2015

He leído con gran interés la reciente entrevista a Guillaume Long titulada ‘En defensa de Rafael Correa’ y publicada en la edición online de la revista estadounidense Jacobin. El interés se debe a varios motivos. En primer lugar, Long es, desde luego, el exponente más culto del Ejecutivo y sus respuestas despliegan un grado de sofisticación que no aguanta comparación con el apesadumbrado formato de otras letanías oficialistas. Ojalá la Revolución Ciudadana tuviera más representantes ilustrados -y genuinamente comprometidos con la trasformación social- como él.

El segundo motivo es que emerge el deseo de generar más debate alrededor del proceso político ecuatoriano. Síntoma de dos cosas: primero, que se siente la necesidad de escudarse de la avalancha de críticas que llegan del flanco izquierdo; segundo, y en correlación con lo anterior, que finalmente alguien se preocupa por la reputación -cada vez más menguante- del proceso en el exterior. Casi hace un año había convocado a debatir a los exponentes más progresistas del Gobierno en un polémico artículo: llamado que ha caído en el abismo gris de la (auto)suficiencia del poder. Aprovecho de esta grieta para insinuarme en los vacíos de la entrevista.

Desde hace algún tiempo propugno a través de este medio una tercera opción entre el fanatismo correísta y el infundado esteticismo crítico. En una famosa broma de los hermanos Marx, Groucho, ante la pregunta “¿Té o café?”, contesta con un “¡Sí, por favor!” en claro rechazo de la elección. Asimismo, deberíamos resistir la falsa alternativa que el debate público nos quiere imponer: o con o contra Correa. Encuentro acertado que la vara para medir el desempeño del Gobierno no pueden ser los devaneos de algún eco-marxista trasnochado. El proceso se tiene que evaluar según las relaciones de fuerza, las limitaciones existentes y las transformaciones logradas.

En este sentido, hay que reconocer el lisonjero registro en áreas como reducción de la pobreza, educación, salud y soberanía. Rupturas esenciales cuya paternidad es incuestionable. Estoy con Long también cuando rescata el rol del Estado y combate las versiones frívolas del indigenismo. Sin embargo, en la entrevista se omite una serie de dificultades clave para comprender los últimos tres años de gobierno. Lo que me estimula particular curiosidad es cómo se reconcilian sus posturas con el tratado comercial con la UE, el sobreendeudamiento con China, el enriquecimiento desmedido de algunos grupos empresariales, las políticas de género, una reforma constitucional sin referéndum, las últimas disposiciones sobre la posesión de droga, una política agraria insuficiente, una precaria división de los poderes, la expulsión de extranjeros políticamente no afines, etc.

Conozco a Guillaume desde que era un doctorando en Londres y me imagino cuáles puedan ser sus opiniones sobre muchos de estos asuntos. Cabría entonces desplazar el asunto a la estrategia. Él mismo admite la existencia de varias facciones internas al oficialismo. Por mi parte, reconozco que disipar el patrimonio en términos de identidad popular creado por el proceso es problemático. Para los que luchamos por una cierta perspectiva entonces, ¿qué hacer? Aguantar atrincherados me parece no haber surtido efectos particularmente prometedores. (O)

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