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El Telégrafo

En defensa de un culpable (II)

23 de marzo de 2012

El The Guardian habló sobre la práctica común de repletar de heroína los ataúdes que salen de Kabul. El periodista  Dave Gibson, de Newsmax, sostiene que el servicio secreto americano “siempre ha estado implicado en el tráfico mundial de droga y en Afganistán simplemente está haciendo lo que es su negocio preferido, como ya lo había hecho durante la guerra de Vietnam”. Según Alfred McCoy, el objetivo de la guerra de Afganistán fue reanudar la producción de opio, disminuida por los Talibán; los hechos posteriores tienden a confirmar esta hipótesis.

Cómo no se iba a enloquecer Robert Bales si Afganistán ocupa el tercer lugar entre los  países más corruptos del mundo. Allá hay escuelas equipadas con computadores en lugares donde no hay electricidad, lo que desmiente lo que sostuvo Barack Obama, que los esfuerzos por promover el bienestar afgano han sido un éxito: “No cabe duda del progreso que el pueblo afgano ha hecho en los últimos años en educación, atención sanitaria y desarrollo económico, como lo vi al aterrizar en las luces en todo Kabul, luces que no habrían sido visibles solo unos pocos años antes”, lo que no es así porque gran parte de los afganos sobrevive en la miseria más extrema.

La ONU estableció en 2007 que no hay nada peor que vivir en Afganistán, país al que situó en el puesto 173 entre 178 países del orbe. Se supondría que a partir de ese puesto sería imposible empeorar; sin embargo, la ONU publicó en  2009 que Afganistán se hallaba en el puesto 181 de 182 naciones. 

Todo este berenjenal posiblemente trastornó la mente del sargento Robert Bales y lo llevó a tomar la decisión fatal. Tal vez sintió que la ocupación militar de Afganistán era un fracaso y que la guerra contra la resistencia afgana ya estaba perdida, o quizás leyera la opinión de Zbigniew Brzezinski, quien ha advertido a Obama que “estamos corriendo el riesgo de repetir la suerte de los soviéticos”, o a lo mejor le cayó en sus manos el poema de Rudyard Kipling dedicado a los soldados británicos que a finales del siglo XIX combatían contra la tribus de Afganistán y cuyo contenido es más o menos así: “Cuando te encuentres abandonado en las llanuras afganas y vengan las mujeres a quitarte lo que aún tienes, toma tu fusil, dispárate en los sesos y entrégate a tu Dios como un soldado”. Sin duda, no hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

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