Mirar cierta tele nacional es como caer en un abismo. Largo y obscuro; tenebroso. Mirar las imágenes de En carne propia, de Canal Uno, por ejemplo, es ingresar en el submundo del que solo se puede salir desquiciado. Y los informes del “periodista” (tono, lenguaje, imágenes) abonan para, a toda costa, buscar lo más morboso, lo horroroso, lo más patético; en fin, lo putrefacto. Se trata de hurgar en la basura de una sociedad que desde hace años excluye y margina a hombres y mujeres sin la más remota posibilidad de rehabilitación. Hurgar en lo más escabroso de la condición humana y exhibirla. Buscar en lo más recóndito para encontrar la escoria (¿la hay?) y presentarla públicamente como un hecho noticioso que enganche a la teleaudiencia y, por tanto, suba el rating. Es decir, obtener más ganancias económicas; un negocio sustentado en el lado oscuro de la sociedad y el ser humano.
En carne propia es solo un ejemplo, como este hay otros tantos programas y segmentos informativos que hacen de la crónica roja un buen negocio. ¿Es ese el rol de los medios? ¿Es ese su papel y su responsabilidad? Por supuesto que no. Programas como En carne propia son, más bien, la evidencia clara de que no existe, ni existirá, la tantas veces mencionada “autorregulación” y menos el respeto a un mínimo código de ética. De ahí la necesidad imperiosa de que, cuanto antes, se expida la nueva Ley de Comunicación y se constituya un Consejo de Regulación, que no es de censura, para salvaguardar no solo los derechos de los televidentes sino también de aquellas personas que, por distintas circunstancias, terminaron atrapados en el túnel de las drogas, la prostitución e incluso la delincuencia.
El aumento de los espacios de crónica roja, y sobre todo su tratamiento, es absolutamente irresponsable, ya que, como dice el periodista guayaquileño Fernando Astudillo, se induce a “consumir la podredumbre” porque esa “información” se la produce de forma antiética. Por ello, lo que estos programas están consiguiendo es reproducir las conductas violentas e incrementar el miedo y el terror; que los ciudadanos se armen y rearmen, se atrincheren y, es más, hagan justicia por mano propia. Bueno sería que esos espacios se amplíen para mostrar los problemas sociales (que es necesario), pero sin morbo, sin sensacionalismo. Deben partir de un análisis serio y riguroso y, por supuesto, debatir y proponer soluciones. Solo se busca “culpar” al Gobierno del auge de la delincuencia y la inseguridad. No podemos caer más bajo. ¿O sí?