Este año, el emprendimiento busca ser posicionado por varios sectores como una alternativa que permita un desarrollo diverso, en un Ecuador que, más allá de la tendencia política en el poder o la influencia de grupos económicos, ha optado por la ejecución (fallida muchas veces) de grandes proyectos como alternativa única de crecimiento.
La idea de fomentar la creación de nuevas empresas concuerda con la tendencia global de diversificar el progreso a través del soporte a las actividades emprendedoras.
De hecho, los países desarrollados llevan décadas construyendo los denominados “Ecosistemas de Innovación”, que son estructuras diseñadas a fin de interconectar, organizar y desarrollar en sincronía a un gran grupo de organizaciones, las cuales operan en un ambiente focalizado hacia la reducción de la tasa de falla de las denominadas start-ups y estimular su crecimiento.
Entre los actores de innovación, mínimamente necesarios, hay tres fundamentales: las instituciones del Estado que proveen capital no reembolsable y generan política pública de soporte al ecosistema; las organizaciones que proveen el conocimiento y los recursos tecnológicos trabajando estrechamente (o incluso siendo parte) con las universidades, y las empresas (públicas, privadas o mixtas) que suministran capital de riesgo en etapa temprana (inversión semilla) o avanzada (de más de $ 1 millón).
Todos ellos, trabajando en alta coexistencia, mediante la evaluación de sus resultados tangibles. Por ejemplo, cuántos emprendimientos cierran, cuántos crecen, o cuántos reciben inversión cada año.
Ecuador, a pesar de ser el más emprendedor de la región, según estadísticas del GEM, lleva décadas de retraso ante países desarrollados, y se ha empezado a relegar frente a nuestros vecinos. Aun así, esta semana se dio un paso en la dirección adecuada con la aprobación por unanimidad de la Ley de Emprendimiento e Innovación por la Asamblea Nacional.
Nos queda mucho camino por recorrer para tener un ecosistema sólido. Sin ello, el aparente glamour de emprender se puede volver una pesadilla. Las estadísticas no mienten: ocho de cada diez empresas nuevas fallan. (O)