Uno de los personajes más notables de la literatura universal es Sancho Panza. Siempre a lado de su amo, en espera de la prometida ínsula o recibiendo palos, en medio de las ventas donde el hidalgo caballero pretendía deshacer entuertos. Don Quijote, al final de sus días en la tierra, le entrega la prometida herencia y hasta el pobre Sancho se queda con una talega de monedas que encontró en una de estas empresas.
No entenderíamos al Quijote sin Sancho, quien era “un labrador vecino suyo, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera”. Este hombre de la estirpe de los simples, para utilizar un término de Umberto Eco, nos dejó su admirable sabiduría: “De noche todos los gatos son pardos” o “Ándame yo caliente, ríase la gente”.
A Sancho le debemos los mejores proverbios de la lengua de Castilla: “Dime con quién andas, decirte he quién eres”, “Bien se está San Pedro en Roma”, “Quien las sabe las tañe” y hasta el famoso “Al que madruga Dios lo ayuda”, porque a diferencia de Alonso Quijano y la erudición de sus libros de caballería, el primero representa a la cultura popular, quien desiste ser gobernador de la Ínsula de Barataria, tan lograda en la obra de Peky Andino.
El tema en torno al “Caballero de la Triste Figura” es inagotable: “¡Y cuántas veces te grito!: / Hazme un sitio en tu montura / y llévame a tu lugar”, nos dice León Felipe. Borges escribió “Pierre Menard, autor del Quijote”, en el libro “El jardín de los senderos que se bifurcan” (1941). Se sabe que Freud aprendió castellano únicamente para leer a Miguel de Cervantes, quien leía todo papel que encontraba.
Franz Kafka, aquel creador de Gregorio Samsa convertido en escarabajo a los 23 años, según Vladimir Nabokov, y no en cucaracha como creemos, escribió un microcuento en torno a este escudero, que comparto previamente a la llegada de las brujas para la próxima semana: “Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando
con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin”.