La primera vuelta de las elecciones generales de Perú evidenció dieciocho candidaturas a la presidencia, de las cuales ninguna superó el 20% de votos. A la segunda vuelta pasaron Pedro Castillo de Perú Libre con el 18.82% y Keiko Fujimori de Fuerza Popular con el 13.41% de los votos que, en medio de una profunda fragmentación, se llevarán a cabo este domingo las elecciones para elegir a la o el presidente y dos vicepresidentes. No obstante, más allá de la organización de esta fiesta democrática, la constante en el imaginario de la ciudadanía es el hartazgo ante la corrupción y la sensación de estar obligada a elegir entre dos extremos.
Aunque los sondeos favorecen por un corto margen a Pedro Castillo, se ha declarado un empate técnico a pocos días de los comicios. Queda claro que el voto de las personas indecisas será determinante en la jornada eletoral, pero lo que marcará estas elecciones sin duda es la polarización entre quienes se oponen a una izquierda radical y los anti-fujimoristas.
Por un lado, el maestro y líder sindical Pedro Castillo irrumpió el escenario político peruano obteniendo el mayor porcentaje de votos en primera vuelta, y cuenta con un importante apoyo rural y del interior del país, en quienes ha enfocado su discurso. Dentro de sus propuestas están un cambio integral al modelo económico para nacionalizar los sectores estratégicos y convocar a una asamblea constituyente para crear una nueva Constitución Política. A esto se suma que es conservador en aspectos sociales y está en contra del o el matrimonio igualitario.
Por otro lado, aunque la candidatura de Keiko Fujimori encierra directa e implícitamente las violaciones a los Derechos Humanos del Fujimorismo, cuenta con el respaldo de las élites peruanas. Dentro de su oferta de campaña se encuentra incrementar el sueldo básico, reducir los impuestos a los combustibles y luchar contra la corrupción.
Quien sea el ganador o ganadora de los próximos comicios no la tendrá fácil, tendrá que hacer frente a una crisis económica, social y sanitaria que ha ubicado al país andino en la mayor tasa de mortalidad per cápita del mundo por la Covid-19.