Publicidad

Ecuador, 27 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

El verano en Quito

10 de junio de 2023

Mi padre solía invitar a sus amigos extranjeros a que visitaran Quito la primera quincena de junio. El verano en Quito en realidad cautiva los sentidos y despierta en las personas una sensación de placer al descubrir cada rincón de esta encantadora ciudad. Mientras el sol brilla radiante en lo alto, Quito se viste de gala para ofrecer sus atractivos a quienes se atreven a descubrirlos.

La piel se pone tibia mientras paseas por las calles empedradas del casco antiguo, o te sientas a asolearte en la Plaza Grande absorbiendo el encanto colonial de la arquitectura que te rodea. Los colores vivos de las flores en los balcones y de las fachadas de las casas crean un ambiente alegre y seductor. El aroma del café cerca de San Francisco o el olor dulce y embriagador de las colaciones en el Arco de la Reina hacen que se te abra el apetito; más todavía si ves los sánduches de pernil que te invitan a probarlos o si percibes el olor de las pailas de fritada. Todo invita al placer.

En los mercados tradicionales también te aguardan festines culinarios. Las empanadas son un bocado especialmente apetitoso: las de morocho recién hechas y crujientes o las de viento que se derriten en tu boca. Los helados de paila son otra delicia; siempre te sorprenden con su textura suave y su sabor intenso a frutas exóticas. Tus papilas gustativas bailan de alegría al probar la dulzura del mango, el perfume de la guanábana o la acidez refrescante de la naranjilla. 

El verano en Quito invita a sus habitantes a sumergirse en aguas cristalinas y refrescantes. Hay que ir a las piscinas municipales de Alangasí y El Tingo. Allí la belleza de la naturaleza se fusiona con el placer de nadar en aguas frescas y claras rodeadas de vegetación exuberante. O, -si prefieres el clima frío-, puedes visitar las piscinas termales de Papallacta, donde las aguas hirvientes y medicinales te relajan el cuerpo y el alma. Desde las piscinas disfrutas las extraordinarias vistas panorámicas de las elevaciones rocosas circundantes.

Las montañas que rodean la capital del Ecuador son, por cierto, un regalo para los amantes de la naturaleza. Los que ascienden montañas pueden hacer una caminata hacia el majestuoso Pichincha, desde cuyas alturas puedes maravillarte con la vista de la ciudad extendiéndose a tus pies. Contemplas el azul intenso del cielo y el verde exuberante de los valles iluminados por el sol, mientras el aire puro te revitaliza y te llena de energía.

En el verano de Quito también se pueden hacer excursiones a lugares cercanos que enriquecen la experiencia de vivir en esta encantadora ciudad. Una de las joyas es el pintoresco Nayón, conocido por sus hermosos mercados de flores. Uno siente que puede sumergirse en un mar de colores y fragancias mientras explora los puestos repletos de enredaderas, flores, girasoles y orquídeas exóticas. Es un lugar perfecto para adquirir macetas y transportar plantas a tu casa y a tu jardín. Se deleitan tus sentidos con la frescura y la belleza de la naturaleza.

Los arupos en flor son una constatación de que el verano ha llegado a Quito. Las esquinas te sorprenden pintadas de rosado, las flores ya se asoman a recibir el sol. La gente también se pone más cordial y abierta, pues le sienta bien el aire libre. Por ello, hay que explorar los valles. Ir a las cascadas de Rumiñahui, visitar Cumbayá y Tumbaco, o darse un salto a los pueblos mágicos de la Ruta Escondida cercanos a Quito. Esos lugares ofrecen una atmósfera tranquila y acogedora, con plazas encantadoras y calles empedradas. Puedes aprovechar la ocasión para compartir momentos especiales con tus seres queridos, disfrutando de una deliciosa comida en uno de los restaurantes locales donde la cocina ecuatoriana fusiona sabores tradicionales con toques contemporáneos.

En la serenidad de los atardeceres de verano, es posible encontrar paz al contemplar las montañas nevadas que circundan a Quito. Su majestuosidad se dibuja en el horizonte, mientras los últimos rayos del sol iluminan las nieves perpetuas. Ese es el momento de sumergirse en la belleza de la naturaleza y de sentir una profunda conexión con el entorno. La tranquilidad invade nuestro ser y el placer se despierta en nuestro corazón al admirar la quieta presencia de las imponentes montañas doradas. Es un instante mágico que nos llena de asombro y gratitud. Alabamos a Dios por permitirnos vivir en un lugar paradisíaco.

Contenido externo patrocinado