A propósito de un interesante debate que se ha generado en la Unión Europea sobre el daño que provoca el uso de pesticidas a las abejas, el influyente diario inglés The Guardian publicó en días pasados un artículo con el sugestivo título: ¿Cuál es el valor de las abejas?
En efecto, la Comisión Europea propuso una suspensión de dos años en el uso de insecticidas que provocan serios daños a la vida de las abejas, iniciativa que no contó con el apoyo de Alemania ni de Gran Bretaña.
Más allá de este debate, el escenario de la naturaleza es gigantesco, y es allí donde aparecen otras preguntas: ¿cuál es el valor que les damos a otros millones de especies que conviven con nosotros en el planeta? Según la economía convencional, la respuesta sería que en los mercados todo es sujeto de intercambio y de precios, incluso la vida humana. Esta última y lucrativa actividad realizan, de manera diaria, las aseguradoras cuando determinan un seguro de vida, en función de nuestros ingresos, expectativas de vida, niveles de educación, etc. Pero esto, que aparece en la sociedad como un servicio beneficioso y a la vez práctico, enfrenta dilemas éticos.
Valdría la pena comparar esto con el caso de Lawrence Summers, economista en Jefe del Banco Mundial en el año 1991, cuando se filtró y se hizo público aquel memorando en el cual recomendaba, bajo una “impecable” lógica de la economía convencional, colocar los residuos tóxicos en los países que tienen un menor ingreso per cápita, ya que estos tienen también una menor expectativa de vida.
Algo que sería muy razonable y práctico en una sociedad metálica y robótica. Siguiendo este perverso e inhumano razonamiento económico realizado por Summers, los residuos tóxicos de los países ricos deberían ser colocados -como cuando alguien hace una inversión en la bolsa de valores- en los países con menores estándares ambientales, bajo la lógica de que si tenemos menores ingresos y menores expectativas de vida, tenemos también menos valor como seres humanos. Algo que suena incluso vergonzoso pronunciarlo.
Necesitamos otro tipo respuestas que haya nacido de un razonamiento distinto de aquel que pudiera surgir de la lógica plana y estrecha del capital.
En cuanto a las abejas, su valor, como bien dice la nota en The Guardian, está relacionado con la provisión de elementos fundamentales para la humanidad (como polinizadoras, como generadoras de miel, etc.). También podríamos decir: queremos que las abejitas vivan tan solo por su valor de existencia, por ellas mismas, y porque nos provoca un placer verles. Sin desconocer nuestros intereses como especie humana, requerimos respetar el valor de todas las especies que coexisten en nuestro planeta. Es el derecho que a todos se nos concedió al nacer sobre este planeta.