El hombre bueno habla poco y con sencillez, no despotrica contra nadie; elogia, estimula y sirve a su prójimo sin interés, tiene para los demás un buen deseo; no habla de sí mismo, sabe perdonar, no maldice, no engaña ni tergiversa las cosas. El hombre de bien procura ser paciente y humilde; hace algo por la felicidad de sus congéneres, concede la razón y no rebate; reconoce sus errores y limitaciones; no se cree sabio ni poderoso, ni mejor que nadie; no humilla, ni acusa, ni subestima, ni censura la moral ajena.
Los seres bondadosos son sinceros, leales y agradecidos; no revelan secretos ajenos, no ridiculizan ni maltratan; saben mirar y sonreír como los niños, no ponen acechanzas ni subyugan, no gritan ni amenazan; saben usar sus manos solo para aliviar, enseñar y bendecir. Son gente honesta, tanto en las palabras como en los hechos; son solidarios y compasivos. Tienen la capacidad de compartir sus bienes con los demás porque siempre se aseguran de que el amor forme parte de todo lo que hacen. Visitan a sus amigos cuando están enfermos o cuando están pasando malos momentos, ya sea en lo económico o de cualquier otra índole. Ayudan al que lo necesita, ya sea dándole trabajo o económicamente.
Sirven a su prójimo sin esperar nada a cambio, recordando que es más gratificante dar que recibir.
Podemos identificar a una persona bondadosa en quien tiende a ver lo bueno y nada más que eso en los demás, son capaces también de sentir lo que otros sienten, de ahí su gran capacidad de entendimiento y comprensión.
Las personas buenas tienen la habilidad de brindarse a sus amigos y conocidos, para ayudarlos frente a los cambios que enfrentan en la vida.
No temen mostrarse vulnerables, porque creen en su singularidad y están orgullosas de ser lo que son.
No dicen todo lo que saben, aprecian a los demás por lo que hacen; no son avaras ni envidiosas, actúan con serenidad y decoro; no hacen chismes de los comentarios que escuchan, saben callar y no se meten nunca en vidas ajenas; aman a su cónyuge y son siempre fieles; en la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no las abate, porque saben hacer la voluntad de Dios, cualquiera sea la idea o creencia que tengan de Él.
Intentemos que nuestro actuar deba ir acompañado de un auténtico deseo de servir, y evitando hacer las cosas solo para quedar bien o para que se hable bien de nosotros. Dejemos de lado los insultos y el desprecio ante quienes nos traten así y, por el contrario, procuremos comportarnos educadamente.
El valor de la bondad perfecciona a la persona que lo posee porque sus palabras están cargadas de aliento y entusiasmo, facilitando la comunicación amable y sencilla.
En fin, es esa clase de ser humano, el que sabe darse sin temor a verse defraudado; y sobre todo, tiene la capacidad de comprender y ayudar a los demás olvidándose de sí mismo, porque ha llegado a entender que es el amor lo que marca todo en su vida.