Durante siglos se ha estudiado el comportamiento individual y colectivo; y mientras las ciencias que exploraban la mente procuraban -y procuran- comprender cabalmente el difícil proceso de la psiquis, otras investigaciones trataban
-y tratan- de dominar, con lo poco o mucho que se sabe, ese comportamiento a través de múltiples métodos experimentales en sujetos aislados o en grupos más o menos representativos.
Las masas no han sido la excepción. Desde la I y II guerras mundiales conglomerados humanos fueron llevados a la conflagración en Europa con la participación de soldados de diversos países y una consigna clara: matar al enemigo, de un frente u otro. Su preparación militar era tan buena que el otro era un objeto/objetivo, no un sujeto/subjetivo. Los entrenamientos, las proclamas y las tesis fueron elaborados en torno a la supervivencia geográfica, económica y política. Vivir en un espacio (la nación cercada por unos límites que las guerras hacían móviles) permitía a los soldados olvidar la vida y provocar la muerte -propia o ajena-. Si en esos escenarios terribles el artificio aludía a la necesidad de asaltar territorios y recursos por la fuerza, ¿qué podemos decir de la conducta de una turba cuando lo único que busca es usurpar el poder político interno de un país chiquito como Ecuador?
La manipulación tiene distintas formas de aplicación. Está sucediendo aquí y apenas lo percibimos. Drogados por la ruin idea de que sufrimos una dictadura, un candidato -mimo de una élite regional-, un canal privado y una encuestadora tuvieron el descaro de activar los dispositivos ocultos del escepticismo colectivo, y hoy una minúscula parte del país lucha por saber qué es verdad y/o mentira. Y en esa lucha por recuperar la confianza y la certeza política los manipuladores de la opinión añaden estímulos para que aquello se convierta en protesta y violencia. Es decir, lo más fácil de hacer en situaciones de confusión e instigación del odio.
Pero medios y almas que se dan cuenta del truco hacen mutis por el foro. Se conforman con mirar los toros de lejos; porque muchas veces del caos algunos sacan ventaja -en términos políticos-. Si a eso se suman los valores de clase que han resurgido gracias a la emergencia de vernos en el espejo de las jerarquías que la ideología dominante ha incubado en la (in) consciencia colectiva, tenemos el perfecto caldo de cultivo para odiar a quien sí cree en la igualdad, la equidad y la solidaridad social: Rafael Correa.
El invento del fraude es una maniobra evidente. Ningún político de CREO acude a las audiencias públicas de reconteo de votos. Apenas hacen shows en hoteles y estudios televisivos. Denuncian y denuncian y no prueban nada; y para colmo el banquero se blinda en su residencia para esperar su captura: la victimización como arma política primitiva…
Es vergonzoso ver que hasta el libreto es foráneo: arengas, memes y llorones pululan en la redes. No pueden justificar su circo; pero precisan alterar la vida social para advertirle a Lenín Moreno que no lo dejarán gobernar en paz antes y después del primer día.
¿Habrase visto semejante forma de concebir la democracia de estos fracasados? (O)