Más de la mitad de los homicidios que ocurren en el mundo son cometidos con un arma de fuego, según registra la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Amnistía Internacional reporta que cada año se producen 12 000 millones de balas. Si tomamos en cuenta que la población mundial hasta 2023 sobrepasaba los 8 000 millones, solo el inventario de esta industria de guerra es suficiente para exterminar a la humanidad una infinitud de veces.
Ante ese golpe de realidad, cuando aparece la desazón, sospechamos que solo estamos en la cima de un iceberg. El Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado considera que el tráfico de armas constituye uno de los nichos vitales de la economía criminal en el país, junto al narcotráfico, el tráfico de hidrocarburos, la corrupción, el tráfico de armas y el lavado de activos, como delitos conexos. Una vorágine que azota a Ecuador en momentos críticos de inseguridad y violencia, en los que el arma de fuego asume un papel protagónico.
La frontera sur del país constituye un boquete para el trasiego de armas desde Chile y Perú. Si bien se ha señalado que Ecuador es una nación de tránsito de este alijo, vivimos en carne propia las consecuencias de que algunas queden en manos del crimen organizado. La guerra de pandillas, la tasa de homicidios y las revueltas en las cárceles son realidades emergentes, fruto del tráfico de armas, el descontrol y la insostenibilidad de los planes de incautación de los gobiernos de turno.
En abril de 2013, se aprobó en la Asamblea General de las Naciones Unidas el Tratado sobre el Comercio de Armas. En el artículo uno, se describe que uno de sus objetivos es “establecer normas internacionales comunes lo más estrictas posible para regular o mejorar la regulación del comercio internacional de armas convencionales”. Detrás de su aprobación multitudinaria (155 votos a favor, 22 abstenciones y con el voto negativo de Irán, Corea del Norte y Siria) evidenciamos un cambio de paradigma. Trasladar el campo normativo a la práctica resulta complicado. Su naturaleza transnacional requiere el esfuerzo cooperativo entre Estados.
Según el Global Assassination Monitor, más del 70% de los asesinados por encargo recibieron algún disparo. La abrumadora cifra confirma que el mercado ilegal de las armas de fuego es un tráfico de la muerte que nos introduce a una sensación de vacío, de callejón sin salida, por su capacidad aniquiladora.